Bastaron solo quince minutos.

Del otro lado del escritorio, abrigado con una moderna chamarra color naranja, él se incorporó de su asiento y me dio la bienvenida con el apretón de mano y con el abrazo, que ya son clásicos.

No perdió el tiempo y soltó la pregunta: ¿Cómo viste el inicio de sesiones?. “Bien, normal, le contesté”.

Como que a él le interesaba saber algo más y luego vino mi cuestionamiento. ¿Y cual va a ser el estilo de tu política informativa como Presidente del Congreso de Tamaulipas?. “Abierta, receptiva y respetuosa”, respondió de inmediato.

Con el derecho que me asiste de haber cubierto las sesiones del órgano colegiado durante trece años, desde que del D.F. llegue a Ciudad Victoria, entré en el tema y refresqué viejos recuerdos sobre lo que a finales de los años ochenta decoraban los debates y lo que a mi juicio en los últimos tiempos le ha arrancado a pedazos el atractivo al recinto parlamentario.

Atento, él escuchó y como que me alentaba para que marcara detalles.

Viene a mi mente, le comenté, aquellas sabrosas sesiones cuando el trabajo periodístico tenía valor, peso, penetración y aquella camada de hoy viejos comunicadores que hacían de la sana competencia el pan de cada día, porque su medio respetaba cada palabra de su nota, cada coma, cada calificativo, cada insinuación, porque en aquel entonces la mutilación no asomaba aun totalmente su rostro.

Eran, aquellas, jornadas intensas de hasta doce horas y allí estábamos nosotros, los reporteros de la fuente, mal alimentados, mal pagados y agotados, pero satisfechos porque la Casa de los Diputados era una escuela, un lugar que ponía a nuestro alcance los conocimientos que contribuyeron a una buena formación periodística.

Aquellas, eran, verdaderas sesiones que apasionaban y que invitaban a no perder detalle, porque el debate era abierto, frontal y rico en calificativos, aunque por momentos se rayara en el exceso y en la vulgaridad.

Y es que entre los periodistas imperaba la consigna de que “el que se cansa pierde” y las empresas del ramo sabían eso, por ello las rotativas se detenían y esperaban hasta las 2 de la madrugada la nota del Congreso, la nota de ocho columnas.

Eso, alimentaba el vigor, el trabajo y también el ego de un comunicador, porque no se le reprimía, no se le encapsulaba, ni tampoco se le “tiraba” tanto la clásica línea, que tan dañina es para la libertad de expresión.

Recuerdo, bien, a Don Juan Guerrero Villarreal, director de un matutino local en aquel entonces, un viejón de tendencias izquierdistas que marcó mi vida por su sinceridad, por su sensibilidad, por su firmaza y por su imparcialidad.

El, hasta altas horas, siempre esperaba la nota principal y era la del Congreso, la cual a seis bajadas distribuía en la primera plana para darle espacio al PRD, al PAN, al PRI, al FCRN, al PARM y, por último, al boletín, lo cual hablaba bien de su pluralidad.

Dentro de las limitaciones y presiones, que las hubo, Don Juan procuró hasta el último momento que el periódico y su información fueran atractivas para el público, el que saboreaba las entrevistas, las crónicas y los reportajes que daban cuenta de las peripecias de los controvertidos habitantes del órgano legislativo. Eso, hoy, ya no existe.

Porque desde la época de Mercedes del Carmen Guillén Vicente, la cara de la casa de los diputados cambió y los reporteros y los medios, también, porque el boletín perfumado se impuso, arrasó, despojó del sabor y del interés que puede tener una larga sesión legislativa.

Y aunque no se siente la represión, veo hoy con tristeza que hay una nueva camada de comunicadores que se han dejado cautivar con el avance tecnológico y sesiones descafeinadas que le restan calor a la labor congresal.

Capacidad entre los diputados, existe, y basta mencionar a personajes como Ernesto Guajardo Maldonado y su estilo ranchero, a la elegancia de Felipe Garza Narváez y Antonio Martínez Torres, y hoy, en la actual legislatura, a Blanca Valles Rodríguez, a Heriberto Ruiz Tijerina y a Ricardo Rodríguez, entre otros, que son buenos para el debate de altura y a quienes no se les debe cortar las alas.

“Atractivo”, es lo que le falta a la cámara, le dije a su presidente, Ramiro Ramos Salinas.

Para que se recobre la luz y para que el Congreso.

Regrese a ser la escuela que los viejos periodistas.

Hoy, extrañamos.

 

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