Nada más bello que recordar la niñez.

Nada mejor que baste solo una melodía para trasladarnos a esa etapa de la vida que obliga a abrir bien los ojos y a admirar el entorno.

Como cuando mi abuelita Paulina con sus blancas manitas me regalaba aquellos dulces de menta que parecían barrilitos y que sustraía de los jarrones de limpio cristal que estaban bien acomodados en fila en su tiendita “El Regreso”.

De sus ricos y pícaros relatos que pintaban con pincel lo que en aquel entonces era Ciudad Victoria con sus calles de vil terracería y con árboles frondosos, erguidos, imponentes y con sus casitas de lámina negra que jalaban sin piedad los crueles rayos del sol.

Aquellos tiempos en que las pesadas carretas cargadas con botes de leche bronca, frutas y tierra para las macetas que los burritos, lastimados arrastraban.

De las calles sin luz y de las casas con las puertas abiertas de par en par como reflejo de la buena confianza que los vecinos se tenían en aquel entonces.

Y de esas estampas cotidianas de los niños encuerados que jugaban confiados en las calles a las guerritas y en los patios sin barda a la lotería y al posito matón.

Eso y mucho más encierra la letra de la melodía del famoso “Chava” Flores, el Hacedor de Canciones, en “Mi México de ayer”, que con atención escucho, digiero, como si suplicara que aquellos tiempos de antaño, regresen.

“Una indita muy chula tenía su anafre en la banqueta, su comal negro y limpio freía tamales en la manteca y gorditas de masa, piloncillo y canela al salir de mi casa compraba un quinto para la escuela”.

“Por la tarde a las calles sacaban mesas limpias viejitas, nos vendían sus natillas, arroz de leche en sus cazuelitas, rica capirotada, tejocotes en miel y en la noche un atole que ya no hay de él”.

“Estas cosas hermosas, porque yo así las ví, ya no están en mi tierra, ya no están más aquí, hoy mi México es bello como nunca lo fue, pero cuando era niño tenía mi México un no se qué”.

“Al pasar los soldados salía la gente a mirar inquieta, hasta el tren de mulitas se detenía oyendo la trompeta, las calandrias paraban, solo el viejito fiel, que vendía azucarillos improvisaba su verso aquel”: Azucarillos de a medio y de a real para los niños que queran mercar.

“Estas cosas hermosas porque yo así las vi, ya no están en mi tierra, ya no están más aquí, hoy mi México es bello como nunca lo fue, pero cuando era niño tenía mi México un no se que”.

¿Quién no añora a ese México de ayer?.

A ese Tamaulipas de mis recuerdos.

A esa Ciudad Victoria con su gente tan sencilla, tan acomedida, tan abierta y tan inocente, también.

A ese Tamaulipas en la que el tiempo no se detuvo y que ahora con nostalgia se recuerda a través de las melodías que “Chava” Flores describió con tanto acierto.

Por fortuna en los últimos días el mapa de Tamaulipas ha lucido verde, limpio, sin mancha, sin esos feos colores sepia que marca los lugares del estado que se están salpicados por sangre.

De ese Tamaulipas que pide paz y no le dan y que reclama como las estrofas de esta canción que recobre de un brochazo el nombre que se le arrebato de ser una provincia tranquila, amable y solidaria.

Hacer remembranza no es un ejercicio inútil, vano.

Porque le da sabor a la vida y es saludable intentar regresar las manecillas del reloj.

Y soñar por un segundo con el pueblo y con el estado.

Que hoy se añora, que se extraña.

Felicidades, Ciudad Victoria.

Correo electrónico: [email protected]