Aunque la raíz etimológica de la palabra cultura está íntimamente relacionada con la acción de cultivar la tierra, según refieren diversos autores, su uso estuvo ligado a esta actividad hasta la época renacentista.

Pedro Güell en su artículo “¿Qué se dice cuando se dice cultura?” hace un recorrido histórico del concepto comenzando por la referencia que Cicerón hace en torno a la acción del hombre de salir de su estado natural para volverse moralmente humano, esta expresión no deja de ser metafórica cuando habla de “pasarse el arado así mismo”; cultivarse como una semilla que germina y da fruto al volvernos refinados en el sentido moral.

Durante la Edad Media la idea evoluciona para aplicarlo al espíritu, volviéndose la cultura un concepto religioso reservado al claustro donde se desarrollaba la vida espiritual. Es aquí donde la visión platónica-agustiniana alma-cuerpo cobra importancia en torno al espíritu frente al despacio de lo material; entre más alta es la expresión del espíritu es más valiosa, desprendiéndose de aquí la concepción renacentista de la alta cultura frente a la artesanía y la dicotomía cultura-civilización.

En el Renacimiento y con el crecimiento de las ciudades se da origen al término civilización como expresión de la vida que sucedía en éstas y se contraponía al término cultura, que hasta entonces se daba solo en los monasterios y la vida religiosa.

Pero civilización y cultura no solo se confrontaban en la percepción de alma-cuerpo sino también como expresión -la primera- de lo profano y lo nuevo y la segunda de lo sagrado y antiguo.

En la sociedad preindustrial, la actividad cultural era parte integral de la vida cotidiana, sin embargo, en la industrial con la división social del trabajo, el tiempo cambió la dinámica de la vida cotidiana, dividiéndose en tiempo libre donde se desarrolló la vida cultural y el tiempo de la fabrilidad, momento de las ocupaciones serias señala Gilberto Giménez .

De esta forma la cultura servirá para pensar la modernidad como problema real estableciendo la dicotomía nuevo-antiguo, para que las expresiones culturales cobren valor ya sea por antiguas o por innovadoras.

Sin embargo, siguiendo la tradición del significado de civilización, esta cobra matices de que en ella, a pesar de simbolizar algo nuevo, sus expresiones son vacías por representar al cuerpo, a la materia y no al espíritu.

Simmel consideraba que era necesario establecer un flujo entre lo subjetivo y lo objetivo del tal forma que la dialéctica de la mediación entre ambos mundos fuera la cultura.

Pero los derroteros de la cultura en el siglo XX se dan en dos sentidos, la cultura subjetiva en franca referencia a lo espiritual y por lo tanto a lo intangible y por otro lado la objetiva, la cultura tangible como el patrimonio. Cobra también en este siglo su sentido político-administrativo como instrumento de unificación y centralización de las expresiones identitarias que el Estado selecciona para su utilidad y control.

Dos sentidos del término parecen ayudar a comprender la complejidad de su explicación. Incubados en el siglo XIX, han cobrado importancia por contribuir a solucionar muchos problemas de la discusión que implica la palabra cultura y que a partir de la segunda mitad del XX entran en uso para las ciencias sociales, el primero es la visión antropológica del término y el segundo, la sociológica. Güell señala que para la primera, cultura representa una solución y para la sociología un problema.

Según Giménez esto significa que mientras para la antropología, cultura significa el conocimiento y prácticas heredades en un grupo social, lo que permite la explicación de ese grupo a través de su historia y tradición; para la sociología representa el conjunto de conocimientos que en el presente posee un grupo social, donde entra, además de las prácticas de ese grupo, todo el conocimiento adquirido e integrado a él como lo es la ciencia y la tecnología.

La cultura en su visión antropológica busca rastros del pasado en los comportamientos humanos del presente, la sociología analiza los rasgos del presente y sus posibles desarrollos.

Existen también algunas otras interpretaciones a su significado  que respondían a las necesidades sociales del siglo XX y que aún siguen vigentes como las de Gramsci señalando que la cultura es un “proceso de apropiación e interpretación mediante la cual los sometidos recuperan su identidad y autonomía” y la de Parsons que define cultura como el marco de referencias simbólicas y valóricas que hace posible el orden de interacciones que definen a la sociedad, apunta Güell.

Quizá el aspecto más desgarrador del término es el que la modernidad le otorga como valor de cambio en una sociedad de consumo donde todo debe formar parte del mercado y cultura, en cualquiera de sus referentes, se vuelve un producto en venta.

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