La Historia desde que estamos en primaria se nos ha enseñado como un cúmulo de conocimientos donde imperan las fechas, los nombres y los sucesos. Las vías que refuerzan este conocimiento son la repetición de efemérides cada lunes, la suspensión de labores en fechas que marcaron la historia de nuestro país, la visita en calidad de bulto a las conmemoraciones en torno a un monumento, las monografías, las estampitas y láminas que se pegaban en el cuaderno de la materia, además de los incipientes e interminables cuestionarios que con el método de pregunta-respuesta querían inculcarnos el pasado de nuestro país. Así comprendimos nuestra historia, como quien copia y pega frases de un libro, como quien subraya y transcribe textos. No es de extrañar que con estos métodos más de uno haya sufrido una especie de terapia de choque al solo pensar en la cantidad de fechas, cuestionarios y resúmenes por entregar, y que ahora cada que se le hable de historia no sienta el más mínimo interés en volver a ella.
El problema de la falta de interés en el pasado de México viene desde la forma en que se intentó enseñar e inculcar en los chicos la historia, porque desde un principio la materia y sus contenidos eran vistos solo como acumulación de datos sin otorgarle un efecto práctico. ¿Historia para qué? Ha sido una pregunta frecuente entre los jóvenes que se rehúsan a estudiarla y ha sido una pregunta que también se ha planteado en los rediseños de programas educativos donde cada vez se recortan más los contenidos y se le resta importancia a materias de humanidades.
La historia evidentemente tiene muchas implicaciones prácticas, desde forjar la identidad de un país hasta legitimar el poder, provocar la disidencia o cambiar el futuro. En este último punto recuerdo un anuncio aparentemente falso de las librerías Gandhi que el año pasado decía ‘¿Vas a votar por el PRI este 2012? Tenemos libros de historia’. En mi opinión el mejor laboratorio donde se puede experimentar el futuro es el pasado.
Otro asunto que considero importante a la hora de investigar y promover la historia es bajarla del reino de los valores ontológicos, es decir, más allá de que sea un objeto de estudio y conocimiento el pasado es algo compartido y del cual somos producto. La historia no son sucesos que se encuentran alejados de nuestra vida cotidiana, la historia son procesos que con el paso del tiempo originan nuestro presente.
La labor del investigador, así como del divulgador y del maestro de historia es fundamental para crear conciencia ciudadana, para promover un sentido crítico y sobre todo para convencer a la población que si bien el pasado ya no se puede modificar si es una buena herramienta para diagnosticar el presente y cambiar el futuro.