Hace tiempo escuché a Agustín Basave desmentir aquella fresa adjudicada a José Vasconcelos que decía “…en San Luis Potosí termina la cultura y empieza la machaca”, el intelectual regiomontano señalaba que siendo él un estudioso de la obra vasconcelista, nunca había encontrado tal expresión en sus libros.
Sin embargo, esta expresión a todas luces desafortunada y evidentemente ofensiva para quienes nos sentimos norteños goza de cabal salud, sobre todo si se quiere descalificar culturalmente al Norte y explicar la identidad de sus habitantes como salvajes, barbaros, incivilizados.
En la percepción popular el Norte carece de tradiciones, arquitectura e historia que lo dignifique y sus expresiones se equiparan a menudo con las del centro de México; donde la tradición indígena y religiosa se mezcla con la arquitectura precolombina y colonial para definir los rasgos identitarios de todos los mexicanos; frente a los cuales los norteños nos sentimos ajenos por no contar con esos referentes en nuestro paisaje de frontera.
Hay estereotipos que distinguen a los norteños del resto de los mexicanos y hay códigos comunes que los norteños compartimos, pero este ancho territorio posé también una pluriculturalidad que a simple vista pocos reconocen. La arquitectura monumental es escasa, tal vez porque la colonización española se dio lenta y muy posterior a la del centro de México; mientras que a los españoles le llevó tres años vencer a las tribus mexicas, la conquista del norte llevó décadas y en algunos casos, como en Tamaulipas, hasta siglos, donde la discusión aún persiste entre los historiadores regionales que señalan que eso no fue una conquista sino una colonización.
Si emprendemos el camino hacia el Norte por la ruta de Sierra Gorda podemos ser testigos a través de los monumentos históricos, de la trasformación cultural que se vive del centro al norte de México, específicamente hacia el noreste. Emergen monumentos coloniales del siglo XVI en la ciudad de Querétaro, pasando por las misiones franciscanas del siglo XVIII en la Sierra Gorda, los austeros monumentos neoclásicos del siglo XIX en la zona media potosina (Rioverde, Alaquines y Ciudad del Maíz) y los escasos monumentos decimonónicos en Tamaulipas. Lo que provoca, tal vez el estereotipo que se tiene del Norte.
Esta opinión popular, aderezada con el supuesto dicho de Vasconcelos alimenta en la memoria colectiva la idea de que el noreste, específicamente Tamaulipas es una tierra inhóspita en muchos sentidos, sobre todo en el cultural.
Es posible que lo dicho por Vasconcelos sea parte de la percepción, que a simple vista no percibe la pluriculturalidad del Norte y más cuando esta expresión se da en el contexto de la posrevolución, donde la identidad nacional se estaba construyendo en el orgullo precolombino de los mexicas.
Vasconcelos no lograba percibir, como todavía a mucha gente le sucede, que en el Norte de una región a otra, la forma de asar la carne es diferente, en los cortes, como en el sazón, el término de cocimiento así como las guarniciones que la acompañan, sean estas frijoles charros, quesadillas, elotes, cebollas o nopales asados entre otros y que incluso en un mismo círculo social hay variantes, carne asada estilo fulano o zutano.
El Norte es una región culturalmente compleja arropada por una dicotomía de la historia de México que explica nuestra naturaleza cultural a partir de la visión de Mesoamérica y Aridoamérica. Mesoamérica civilizada y Aridoamérica bárbara. En la primera, está el refinamiento, la tierra generosa, en la segunda la nada, sólo el desierto. Vasconcelos, como hombre de su tiempo no escapaba a esta percepción histórica nacida en el siglo XIX y fortalecida en el México postrevolucionario, que hacía de la historia el discurso nacional de nuestra identidad.
En la historia oficial es por naturaleza etnocéntrica, donde la gente del centro asume que quienes viven al Norte carecen de una identidad mexicana lo que significa que sus valores culturales no tienen la misma riqueza identitaria que los habitantes del centro: “El supuesto comúnmente aceptado es que la mexicanidad es una gran carpa de circo cuyo punto más alto se encuentra en la ciudad de México y el más bajo en las fronteras; y en la frontera norte” Señala José Bustamante.
La desafortunada expresión de Vasconcelos, pasó a formar parte de la memoria histórica con un gran número de variantes que han servido para marcar la frontera entre Mesoamérica y Aridoamérica, entre los cultos y los bárbaros. Frontera que precisamente cruza por el estado de San Luis Potosí; en una línea imaginaria la huasteca potosina y la zona centro pertenecerían Mesoamérica y gran parte de la llamada zona media y altiplano estarían en Aridoamérica.
Siendo congruentes con lo que nos dice la historia oficial, San Luis Potosí sería tierra de frontera chichimeca, nombre genérico dado a los indios aridoamericanos debido a la gran cantidad de tribus diversas que habitaban el territorio y que a pesar de contar cada una con rasgos distintivos, para los españoles todos eran iguales, porque a primera vista tenía un común denominador, andar semidesnudos y ser agresivos.
Estos indios, al irse consumando la colonización española se fueron desplazando hacia el Norte y refinando sus tácticas de guerras para defender su territorio, del que tanto españoles como indígenas tenían referentes culturales antagónicos, mientras unos consideraban una extensión delimitada de tierra como propiedad, los indígenas consideraban como suyo todo el territorio por donde pasaban cada estación del año.
En la difícil convivencia cultural, los españoles lograron llegar a Texas, Luisiana y Florida por rutas marítimas mientras que por tierra abrieron el camino de la plata que se extendía desde el centro de la Nueva España hasta los territorios de las Californias; extrañamente en todo ese mapa, Tamaulipas quedó como una especie de isla entre el centro y el norte de los territorios españoles.
Ahí se refugiaron muchos indígenas que huyeron de los métodos de trabajo y evangelización a los que fueron sometidas sus tribus acostumbradas a la libertad, la cual era entendida por los colonos españoles como barbarie. Después de varios intentos fallidos, se fundó el Nuevo Santander en 1746, cuyo éxito se debió no a una conquista ni colonización, sino a un exterminio, en muchos de los casos físicos y en otros culturales. E-mail: [email protected]