Describirla a ella, su belleza, sus ojazos verdes, lo que refleja su mirada y lo que a diario platico con su corazón, imposible resulta resumirlo ni en mil  líneas.

Me remonto al primer día que la vi en la Unidad Tlatelolco con su vestido largo azul de mezclilla y sus ojos verde intenso, como esos en los que los poetas-cantantes como Alejandro Filio se inspiran para fabricar sus melodías y para sacudir las vibras del cuerpo en una noche de bohemia.

Desde que se cruzó en el camino mi vida de errante tomó forma, sentido, orden, porque fue ella quién dibujó con una acuarela la otra cara que yo no conocía, la de retar al destino, la de asimilar que los años corren como el agua por el río y que los errores se cargan como una pesada loza sobre la espalda.

Son ya 33 años de compartir con ella un espacio, una risa y muchas lágrimas, toda una vida que nos ha regalado premios inmerecidos, pero que también nos ha obligado a beber tragos amargos que han dejado su huella y que aun ahora, estremecen.

Es, ella, una mujer ordenada, refinada, inteligente y propositiva, pero tal vez su mayor cualidad es que la palabra solidaridad figura en la primera página de su diccionario, por eso los amigos abundan y a los enemigos los desvanece rápido como el calor de Ciudad Victoria a una  nieve de limón.

Por eso me agrada que siga a mi lado, que me vean con ella tomados de la mano y que juntos, a nuestro más de medio siglo de vida, se persista en arrancarle unos pedacitos a la letra de un poema del uruguayo Mario Benedetti, cuando escribe: “Si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.

Ella y yo hemos estado rodeados de música y compartimos el gusto por los trovadores latinoamericanos, esos que mueven, que agitan con cada palabra, que no dicen la verdad a medias, esos que salen de lo común y que cantan casi en lo oscurito, porque si les da la luz son peligrosos cuando despiertan conciencia.

Yo y ella, disfrutamos de los momentos en familia, de los amigos, de las sonrisas, del calor, del frío y de las flores, de esos pequeños y grades obsequios que nos dona a diario la vida y también la naturaleza, que es tan perfecta.

Y los dos, juntos, cada uno desde su lugar, hacemos algo, colaboramos, para que reine la armonía, la amistad y que la paz aplaste a la guerra.

Me produce orgullo que me hablen de ella, de su don de gente, de su porte y de su gran fortaleza y me satisface compartir sus momentos, sus tinos y desatinos, sus virtudes y defectos, su alegría y su tristeza, en fin, que me permita formar parte de su vida.

Blanca, mi esposa, cumple hoy años, y a su edad conserva ese gran corazón de quinceañera que me sedujo, que me ganó, que me dejó sin palabras aquella noche de verano.

Gracias por tu sonrisa, por haber estado conmigo en la enfermedad,  en mis inmaduras travesuras y en mis tropiezos, por los momentos que compartí con tu adorada familia que me brindó abrigo en mis días de soledad y por el  hijo que procreamos que hoy es un hombre de bien.

Y a ustedes, que se tomaron un minuto para leer estas líneas, perdón por abusar del espacio y de su paciencia, pero mi esposa lo vale y merece este regalo, aunque sea muy modesto.

Felicidades corazón. Siempre seguiré a tu lado.

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