En el mundo editorial y de las librerías se les llama ‘best-sellers’ a los libros que en teoría son un éxito comercial por el volumen de sus ventas. Muchos de estos libros vienen acompañados de una campaña publicitaria muy fuerte que los promociona como imprescindibles, con las mejores críticas hechas por blogs, periódicos y revistas que hablan maravillas de ellos. De portadas vistosas, con las etiquetas que anuncian que son ‘el libro del año’ (¿cuántos libros del año pueden caber en 365 días?) y que últimamente se presentan en sagas de tres, cuatro, cinco o más volúmenes más complementos que explican el antes y los añadidos a la historia en cuestión. Los best-sellers son los más buscados porque ‘todos los leen’ o porque si se venden mucho tienen que ser buenos. Sin embargo el éxito comercial pocas veces tienen que ver con la calidad, muchas reseñas son compradas y en muchas ocasiones las editoriales llaman a propósito a un libro best-seller para engañar al comprador y hacerle creer que es un libro muy vendido.
En contraparte están los clásicos, esos que se guardan en el espacio solemne de las librerías y de las bibliotecas hogareñas. Esos que antaño vendían los cobradores de casa en casa en abonos, con sus encuadernaciones de tapa dura y páginas doradas, ésos que en muchos hogares sirven para adornar los libreros y que se hojean con el cuidado de no dañar la ornamentación de la casa. Confinados a la seriedad de los intelectuales, a la lectura obligatoria de la escuela (¿a cuántos no se nos obligó a leer o memorizar fragmentos del Poema del Mio Cid o el Quijote en la secundaria y terminamos más frustrados que enamorados de esas geniales obras?) los clásicos bien pueden ser una fuente de lectura inagotable o un trauma de edad escolar.
Pese a que en las listas de los libros más vendidos de las principales librerías del país no figuran los clásicos éstos siempre perduran. Charles Dickens, Victor Hugo, Homero, Fiódor Dostoievsky, León Tólstoi, William Shakespeare, Miguel de Cervantes Saavedra, Antón Chéjov, Jane Austen, Jules Verne, Edgar Allan Poe, Balzac, Gustave Flaubert y hasta el Marqués de Sade –por mencionar algunos- siguen publicándose en más de una editorial en diferentes presentaciones y precios. Cierto es que es más fácil encontrar a alguien que ha leído todos los libros de Harry Potter que encontrar a una persona que haya leído más de un libro de Stendhal, o que algunos digan que la saga de Las sombras de Grey son lo más ‘sexoso’ de la literatura porque aún no han leído al Marqués de Sade.
¿Los best-sellers son malos? Como en cualquier caso hay sus excepciones, los libros de Yordi Rosado son a nivel local unos best-sellers pero no apuntan a convertirse en unos clásicos ni en los hitos de la palabra impresa, sin embargo hay autores y sagas que pese a tener el estigma del éxito comercial (digo estigma porque más de un intelectual desconfía de estos casos) son muy buenos. Haruki Murakami es un ejemplo de ello.
Definir qué es bueno y qué es malo en literatura es muy subjetivo así como decir qué sí y qué no se debe leer. Los gustos pueden variar de persona a persona y cada quien puede discernir lo que desea tener en su biblioteca personal. Sin embargo si los clásicos han durado por tanto siglos vigentes en las librerías y en las clases de literatura es porque algo deben tener, algo más allá del éxito comercial y las campañas publicitarias. Leer un clásico es leer una historia inagotable, a la cual se puede volver muchas veces y descubrir nuevas cosas o interpretar lo ya leído de diferentes maneras. Ya que como dijo Italo Calvino en su ensayo Por qué leer los clásicos: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, porque en los clásicos tenemos todas las facetas de las pasiones humanas, de las condiciones sociales, de la fantasía, de la política y de la vida misma.