En mis más de 30 años como periodista nunca viví algo semejante y es un hecho que me hace reflexionar sobre lo pequeño o, lo enorme, en que se convierte una letra, una palabra, una frase que se desliza por las páginas de un periódico y que cada quién digiere a su manera.
Y es que él, o ella, se me acercó y humilde, pero con contundencia, me retó a lo siguiente: “No me quiero morir sin que antes usted escriba una nota sobre la historia de mi vida”.
En mi carrera he conocido a cientos de personajes, algunos muy peculiares y, otros, sin la chispilla que vende como producto, pero que como quiera disfrutaron de un espacio, porque forman parte del color y de la riqueza de un pueblo que los adoptó, que no les es ajeno.
La entrevista fue allí, en el 21 Allende, su segunda morada, donde las gallinas y los gallos de cuello pelón son ruidosos cuando corren enloquecidos por el patio detrás de un ratón y que irritan a los clientes al grado de que sentencian: “Están listos para el caldo”.
Fue un acercamiento entre periodista y fuente sin poses y sazonado por las estrofas de un dúo que canta “Limosna de un hijo”, una melodía que a él, o a ella, le llega, le duele y que provoca que por sus diminutos ojillos de asiático rueden lágrimas cuando recuerda a su familia allá en Monterrey y la vida de errante que lo llevo por varios lugares hasta que se estacionó en Victoria, ciudad que hoy ama y que disfruta, porque lo meció suave y con cariño en la hamaca.
Me refiero a José Alfredo Castillo Ramírez, mejor conocido en el mundillo bohemio como “La China”, dice que porque antes su cabellera era rizada y abundante, quien a sus 55 años platica de su vida, de sus aventuras como cantinero, de los parroquianos y quien aprovechó el momento para lanzar un mensaje a los jóvenes para que se aparten de las drogas, las que lo hundieron y que derivaron en tendencias suicidas.
Rehabilitado ya, con su rostro de infante, con palabras claras y sin inhibiciones, “La China” confiesa que en 1980 su nombre captó la atención nacional porque se lanzó del último piso de la vieja Torre de Cristal en protesta por la carestía de la vida y por la desigualdad social. “Me lancé drogado al vacío, pero un policía logró tomarme de los brazos y salvó mi vida”.
A partir de entonces enfrentó serios problemas, como el hecho de que un día un agente de tránsito en céntrica calle le grito “J…Loco”. “No lo hubiera hecho, porque me abalancé contra él, lo derribé de la motocicleta y me lo surtí a golpes, lo que me hizo acreedor a ser huésped distinguido de las celdas de la policía ministerial”.
Y es que en broma explica que como homosexual, que es, por delante se asemeja a Superniña, pero por detrás a Superman, por lo que con un rápido giro corporal se transforma y tira trancazos. “Nunca, nunca he perdido una pelea”.
Me muestra una de sus manos con los dedos deformes producto de una cuchillada y narra que casi perdió la vida en esa ocasión por el exceso de anestesia, pero regresó entre nosotros: “Recuerdo que vi una puerta color oro con una luz intensa y avancé hacia ella, pero luego algo me jaló hacia atrás, floté y lo primero que observé al despertar fue el rostro del doctor muy impresionado”.
Ahora, “La China” es el alma de su centro de trabajo y el crédito se lo otorga bien su clientela, frente a quienes se disfraza para imitar en voz y en figura a Paquita “La del Barrio”, a Lucha Villa y a Juan Gabriel, para lo cual se surte de telas, vestidos y pelucas de segunda en los tianguis locales a fin de ofrecer un buen espectáculo auxiliado por el karaoke.
“Aquí, somos como una familia. Aquí los títulos universitarios y los puestos públicos no valen”. “Aquí, todos somos iguales, se les trata parejo y con respeto, por eso desde hace varias décadas se reúnen los del famoso grupo de los jueves, quienes con su grosero grito de batalla, que no es publicable, conviven y luego se retiran para regresar la siguiente semana bien pilas”.
El, o ella, creé que su trabajo no se remite a solo ser un cantinero, porque en ocasiones y por su discreción, hace las veces de consejero, de sicólogo empírico, y se convierte en el paño de lágrimas de los clientes.
Pero el eje de la vida de “La China” es la cocina y es conocido por su buena sazón, lo que lo hizo merecedor en dos trienios a ser un “instructor” culinario, lo que le permitió guisar para importantes políticos y funcionarios de Tamaulipas.
Pero hoy, este pintoresco personaje huésped de Victoria se truena los dedos por la falta de recursos económicos y en tono de broma expone que su eterno “sueño húmedo” es conseguir 30 mil pesos para comprar un carrito para la venta de antojitos, lo que no es posible mediante un préstamo porque figura en el buró de crédito. “He estado inclusive tentado a recurrir a Laura Bozo para que decore su show con algunos pasajes morbosos de mi vida a cambio de un carrito sandwichero”. Hábil para cocinar y para los golpes a mano limpia, “La China”, sin embargo, admite que siente pavor acercarse al gobernador Egidio Torre y a los candidatos del PRI, Alejandro, Blanca y Ricardo para pedirles ayuda. “He participado en mítines y siempre voto por el candidato, no por el partido, y por lo regular lo hago por los del PRI”.
El, o ella, cierra la entrevista, no sin antes lanzar un beso al cielo en recuerdo de su madre Teresa, quién falleció hace más de un mes en Monterrey, de sus siete hermanos y de las familias Castillo Ruiz y Trejo Santamaría, quienes han estado a su lado en los momentos de hiel y de miel.
Vaya, qué personaje es éste para la colección de mi anecdotario.
Y es que quién no conoce a “La China” y su historia.
Incapaz, es, de discernir el contenido de la palabra, bohemio.
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