Cd. Victoria, Tamaulipas.- Recordar las páginas que se han escrito en tu vida, los momentos difíciles y los más felices, forman parte de la esencia de lo que hoy eres. Visualizar esas películas que tu mente te regala de tu niñez, es volver a vivir quizá momentos que te provocan un sentimiento único e irrepetible.
Diego Olsina abrió su corazón y en entrevista a Extremo Deportivo nos trasladó hasta sus mejores momentos cuando era pequeño, aquellos que le dieron, como él lo describe: “la bendición de tener un balón en sus manos”.
Con un semblante duro, como siempre lo ha caracterizado a lo largo de su carrera, el argentino naturalizado mexicano, comenzó su plática, donde el “Capi” vivió una niñez de mucho contraste, demostrando que con un balón la vida cambia y los sueños se logran.
Teniendo dos botes de veinte litros que se encontraban en el lugar de la entrevista, aquellos tan parecidos a los que en su infancia le regalaron los mejores juegos, lo hicieron sonreír.
Emocionado… levantó rápidamente los tambos para colocarlos como hace años lo hacía, en cuestión de segundos se convirtió un espacio en una cancha de futbol, como aquella cuando era niño.
“Desde que tenía ocho años jamás volví a hacer esto”, dijo mientras caminó hacia la red cargando las cubetas y los balones con una sonrisa notable.
Una historia de contrastes, nos narra cómo conoció la pelota y como pulió las habilidades innatas que lo llevaron a vivir del futbol.
Su infancia la vivió en el rancho de sus padres en Cafferata, Santa fe, Argentina, hasta los ocho años, donde el país vivía la Guerra Civil y la situación económica en ese país no rendía frutos.
El esfuerzo y la dedicación, fueron los valores que Diego recibió de su padre, quien trabajaba de sol a sol, para llevar el pan en a la mesa.
Con la voz entrecortada y su mirada cabizbaja, se expresó con amor de sus padres.
“Yo me sacó el sombrero para ellos porque me mostraron siempre un mundo lindo…y nunca sentí que me faltó nada.”
Después de esta pregunta hubo un silencio, y el Cafferatense pasó saliva, apretó los labios y sonrió.
Narró que sus habilidades fueron creciendo, debido a que en el rancho, no había luz, no había televisión, no había futbol, esporádicamente visitaban el pueblo en donde había un equipo local, pero en casa donde papá trabajaba todo el día y mamá atendía las labores del hogar.
“Inconscientemente encontré la forma para divertirme y hacer algo lo más parecido a jugar al fútbol, empecé a implementar botes, lo que encontraba tirado por ahí desparramado en el rancho, lo agarraba y lo ponía enfrente de dos plantas mi papá me había puesto como un travesaño y un bote de 200 litros que era supuestamente el portero”, sonrió y botó el balón en sus manos, mientras jugueteaba con otro en los pies.
Eduardo, se llamaba su padrino, quien puso el balón en manos de Olsina, en cada cumpleaños era su regalo.
Diego no consumía futbol, solamente en alguna revista o algún cuento de futbol se llenaba la mente y el corazón.
La imaginación fue su mejor amiga y un tanque de agua su mejor jugador.
Los botes sus compañeros o rivales.
El juego se trataba de driblear los botes, su portero; un tanque de veinte litros, que bromeando Diego asegura “siempre se quedaba quieto”.
Lo más emocionante para él era recibir el balón del alto tanque de agua quien le daba los mejores pases que bajaba con el pecho, con el pie o como pudiera para darse la vuelta y rematar en su red y es que sabía que el graderío estaba lleno y el juego dependía de él solamente.
“Según mi mama, desde chiquito empecé a patear contra la pared, tenía dos años y pateaba, después el patio me había quedado chiquito yo tenía rodeado de mallas y me salía, cinco años habré tenido cuando empecé a jugar con las latas”.
Emocionado Diego, recuerda que su mejor oportunidad para patear la pelota era cuando su papa preparaba el terreno.
“¡Uff! No… (Sonrió), muchas veces mi papá pasaba con el tractor y quedaba la huella, animales que por ahí se soltaban y se hacía difícil jugar, pero no te importaba nada en el momento, después había veces que mi papa pasaba el disco y quedaba toda una tierrita pareja y blandita y ahí era donde mi papa a veces se ponía a jugar un rato conmigo y bueno… respiró hondo, pausó y continuó, eran tiempos lindos donde existía solamente le futbol y consumía eso todo el tiempo, no sé; fue una bendición”.
Además de la situación difícil económica para su familia, Diego recuerda bien que su peor momento fue no ganar trofeos cuando logró formar parte de un equipo en la ciudad.
“Difícil era que íbamos a todos los torneos y nos tocaba perder siempre, hoy en día le dan trofeo a todos los niños que participan por una cuestión de alimentar esa motivación, pero antes no, antes los premios se le daban al que ganó y nada más y sentir la frustración de que perdiste, eso era parte del crecimiento y yo creo que debe ser así”.
Después, formó una barrera, el objetivo era que un bote metiera el gol, el centraba el balón y alguno de los botes remataba.
Recreó el escenario del rancho de sus padres; “A veces mi papá estacionaba un tractor de este lado y bueno, el también formaba parte del juego”
La creatividad con la que Diego transformó su entorno en un campo de futbol, lo hizo cada día exigirse más y lo que inició como un juego, poco a poco tomó un sentido de pertenencia al balón, una necesidad de practicar, intentar y mejorar cada acción de gol, entre más objetos tenía a su alrededor, más jugadores habilitaba para sacar provecho.
Hoy Diego Olsina es un diez, con cualidades que marcan diferencia, habilidades que empezaron con un juego en casa y que con el paso del tiempo pulió para llegar a ser el jugador con la trayectoria que hasta ahora posee.
“Muchas gracias por hacerme revivir esta etapa tan linda de mi vida y permitirme inspirar a los demás, porque de eso se trata esto”, concluyó.