En el siglo V con la caída del Imperio Romano de Occidente, se abrió para la humanidad una nueva época, la mal llamada Edad Media, nombre que recibió  en el Renacimiento y la Ilustración para significar el trascurrir de la humanidad sin ningún progreso significativo.

La época medieval ha sido poco estudiada, tal vez porque se caracterizó por el creciente dominio de la iglesia católica, la prioridad en los temas de fe y la idea de que todas las obras terrenales debería tener como fin último la gloria de Dios; todo esto creó un desprecio en la secularización del Renacimiento.

La negación del hombre moderno y contemporáneo en reconocer al Medievo como etapa de crecimiento racional del hombre, ha impedido durante siglos conocer en su justa dimensión la historia de esta época, que hemos guardado en ese espacio llamado oscurantismo; calificativo que fue impulsado por el hombre que desde el Renacimiento se empezó a viciar del concepto de ciencia, como sinónimo de verdad.

Los cristianos conquistaron occidente y heredaron el poder del imperio romano, pero no fue por la fuerza de ejércitos bien armados y entrenados; Europa sucumbió ante el cristianismo por lo innovador de su doctrina y pensamiento filosófico basado exclusivamente en el amor.

El postulado “Ámense los unos a los otros” fue una afirmación fresca para una sociedad podrida, corrompida por el vicio y la ambición. Occidente necesitaba renovarse y en ese renacer del siglo V se dejó seducir ante la posibilidad de olvidar los males terrenales para buscar los espirituales con un Dios único y personal, que había creado al hombre a su imagen y semejanza.

Para renovarse solo era necesario amar, amar al otro, al próximo, al prójimo porque él también había sido creado a la imagen de Dios, como un ser único e irrepetible. Esta nueva idea filosófica penetra hondo en un continente viejo y destrozado por tantas guerras e invasiones bárbaras. Los vientos del cristianismo le dan vida nueva a Europa, que se abraza a sus postulados durante los 10 siglos que durará el Medievo.

Así, el cristianismo echa raíces profundas y conquista occidente sin haber utilizado grandes ejércitos armados. La fuerza de la filosofía cristiana conquistó y gobernó al viejo continente en una proeza solo comparada con la romana.

San Agustín señala en su libro “La Ciudad de Dios” que existen dos lugares, uno celestial y el otro terrenal, a los cuales llama él ciudades y afirma que mientras en la celestial reina el bien, en la terrenal habrá bondad pero también maldad, esto significa que en ella todo perece.

Así, la Edad Media frente a otras épocas que los mismos hombres han llamado más luminosas, resulta poco atractiva cuando la vemos desde las corrientes cartesianas que afirman que si las cosas no se pueden probar entonces no son verdaderas.

Por lo tanto, para muchos, el hombre del Medievo resulta poco atractivo en esa óptica racional, sin embargo, cuando pensamos en su historia desde la visión espiritual podemos acercarnos a su dimensión. Tan alejada de la nuestra, porque mientras ellos pensaban en Dios, nosotros pensamos en los hombres, mientras ellos pensaban en el cielo, nosotros en la tierra, mientras ellos pensaban en la santidad nosotros pensamos en el pecado.

Es demasiada la distancia que nos separa  de ellos y no en tiempo sino en pensamientos y propósitos, en una ciudad más terrenal que la de San Agustín, nos resulta hasta ridículo pensar en el amor como una premisa que puede remediar muchos de los males del mundo actual.

El legado del los hombres del Medievo, intentó ser borrado por sus descendientes renacentistas e iluminados, cartesianos y positivistas, sin embargo muchas de las concepciones para comprender el mundo, el espacio y el tiempo que surgieron durante esa época siguen vigentes, como las apreciaciones agustinianas de que el tiempo es lineal, tiene un principio y un fin, por lo tanto la historia no se repite.

También la convicción de que vivimos en un presente, esperando un futuro llamado el fin del mundo y que nuestro pasado está más allá de la venida de Cristo a la tierra. Esta visión cristiana de la historia es la que nos rige hasta para explicar racionalmente las cosas.

Pero hemos olvidado otras también esenciales como es el amor, un principio filosófico que cuando se practica, muchos de nuestros problemas terrenales se resuelven.

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