En el día de la mujer se reparten a diestra y siniestra felicitaciones a todo el género femenino, sin embargo yo no comulgo con esta generalización en felicitaciones ya que ser mujer va más allá de haber nacido con un útero. La identidad de mujer se adquiere con el tiempo, como dijo Simone de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo”. Así la cultura, el medio, la educación, la religión, la sociedad entre otros factores que rodean a las mujeres son las que las definen, las estereotipan o las limitan. Hablar sobre la historia de las mujeres es un tema muy extenso y estaría delimitado en muchos aspectos a la perspectiva masculina ya que por muchos siglos fueron los hombres los que escribieron la historia y dieron su versión sobre las mujeres.

La presencia del hombre por encima de la mujer es un asunto que tanto históricamente como culturalmente está presente en las sociedades de diferentes latitudes del planeta. El hombre siempre fue el punto de partida y el eje del desarrollo, el patriarca, el que dirige y el que marca el avance.  Esta idea en occidente está sustentada por las religiones donde encontramos que las figuras divinas de mayor importancia son de género masculino. ¿O alguien se atreve a pensar en el Dios judeocristiano como mujer?

Las religiones monoteístas cuentan con una deidad de cabecera masculina que fue impuesta o adoptada por los pueblos que se desprendieron de sus creencias politeístas para seguir a un Dios único y “verdadero”. Atrás quedaron los múltiples dioses que tenían una función específica, atrás quedaron las diosas de la fertilidad que explicaban la cosmogonía del pueblo.

Si tomamos en cuenta al catolicismo como un sello cultural inherente a las sociedades occidentales en general y al mexicano en particular (sean o no creyentes) comprenderemos el por qué de la situación de las mujeres a lo largo de los últimos veinte siglos. Porque la idea de la mujer como un ser racional, capaz y con alcances intelectuales estuvo vedado por las sociedades cristianas durante siglos. Atrás quedaron las sibilas, las escuelas de poesía y danza grecolatinas, atrás quedaron las musas… Nada más metafórico para ejemplificar esta prohibición al conocimiento que la historia de Eva y Adán comiendo del árbol del bien y el mal para luego ser expulsados por su desobediencia al atreverse a adquirir conciencia.

El cristianismo trajo consigo un nuevo dogma donde a la mujer no se le permitía hablar y se le ordenaba categóricamente someterse a su marido, San Pablo ordena que la mujer calle en una de sus epístolas. Este es el punto de partida por el cual la moral y los roles sociales han puesto a la mujer por debajo de los hombres, donde ellas no pueden opinar, manifestarse, desarrollarse, estudiar y en los casos más radicales, pensar. En la edad media las mujeres eran vistas como el objeto de perdición de los hombres, ellas eran el vehículo de Satán por el cual ellos pecaban al solo hecho de observar en el cuerpo de la mujer la voluptuosidad que los hacía caer en pecado. Porque a la ausencia de conocimiento y ciencia la mujer debía de tener otras virtudes, como la contemplación, el sometimiento, la abnegación, la comprensión, la sumisión y el recato. Y pobre de aquella que manifestara tener alguna inquietud intelectual o sexual porque era acusada de tener tratos demoniacos y era llevada a la hoguera.

Hablar de la mujer y de la idea de la mujer en el transcurso del tiempo es un tema muy extenso que merece ser revisado por las propias mujeres tal como lo hizo Virginia Woolf a principios del siglo XX en su extraordinario ensayo “Una habitación propia” donde habla de la importancia de la independencia económica y de espacio para que la mujer pudiera escribir o crear; o en la obra “El segundo sexo” de  Simone de Beauvoir que explicó la formación de la identidad de la mujer y que ahora es considerada la biblia del feminismo. O bien los ensayos de la escritora mexicana Rosario Castellanos en los cuales reflexiona sobre la vida social, pública y política de la mujer a mediados del siglo XX, o los versos de Sor Juana Inés de la Cruz que cuestionaban el papel de la mujer novohispana.

Revisar el papel de las mujeres en el pasado es ver un proceso de reivindicación que aunque ha sido lento lleva paso firme. Sin duda hace falta mucho por hacer, como por ejemplo convencer a la misma mujer de defender sus propios derechos y conocer su propia historia. Y es que al conocer la historia de nuestro género se contribuye a que la sociedad femenina pueda aplicar aquella frase que tanto se usa en la historia: porque al conocer nuestro pasado tenemos las herramientas para construir y mejorar nuestro futuro.