Cuando le dieron la plaza de preescolar a la maestra Alicia, la mandaron a una comunidad de San Felipe Torres Mochas en el estado de Guanajuato. Nunca supe a ciencia cierta cuál fue su impresión al llegar, por primera vez, a la comunidad para darle clase a un grupo de niños que vivían en la marginación. Solo recuerdo que platicaba que vivían en la más espantosa pobreza.
Cuando iba de vacaciones a casa se le veía contenta, platicaba anécdotas de “sus niños” como ella les decía y les llamaba por su nombre, también de las mamás y de los corajes que hacía con el tortuoso sistema educativo.
Nunca descansaba, siempre estaba recortando cosas; cuando salíamos a la calle recogía cuanta madera, bote o fichas le fueran útiles para fabricar material didáctico, era fines de los años 80 y en ella conocí a la primera mujer recicladora. Cuando la onda ecologista aun no llegaba con fuerza, era capaz de trasformar un bote feo en un elegante portalápices, un cartón en una funcional caja para guardar cosas o fichas enlodadas en coloridas piezas para jugar.
Conforme pasaron los años logró cambiarse a un jardín de niños en la cabecera municipal, ahí la visité varias veces y aprovechamos para irnos a recorrer los lugares históricos de Guanajuato, para entonces me di cuenta que a ella le gustaba vivir allá, tal vez porque se respiraba mucha historia y cultura, que contrastaba con el páramo del Norte.
Le gustaba su trabajo y creo que lo hacía bien porque en muy pocos años le dieron un espacio en la dirección de educación preescolar en Guanajuato capital, cuando se enteró del ascenso le dio gusto, pero creo que no le duró mucho tiempo porque ella misma descubrió que lo suyo, lo suyo era estar en la escuela, le aburrió la burocracia hasta el punto de empezar a enfermarse.
Fue entonces cuando decidió regresar a la comunidad, esta vez a Castillo, perteneciente al municipio de Apaseo el Grande, así, se fue a residir a Querétaro donde fundó casa y familia e iba a la comunidad que le quedaba a 10 minutos; se convirtió en directora del jardín de niños e hizo de las suyas.
Como le tocó ponerle nombre al jardín lo bautizó con el de uno de sus teóricos favoritos de la educación Augusto Federico Fröebel, educó a las madres para que les dieran de comer a los niños antes de mandarlos a la escuela, a sus compañeras maestras les enseñó formas de trabajo eficientes y aquella escuela rural se convirtió en una escuela de calidad, mucho antes de que el concepto fuera concebido por la burocracia educativa.
De carácter recio, obstinada en sus ideas, corta de mecha y poco tolerante con lo que se hace mal, temida por madres de familia y algunas de sus compañeras, había una magia de trasformación en ella cuando trabajaba con los niños, la expresión en el rostro le cambiaba y era tan amorosa que los niños la seguían en todas las tareas y cada vez que podían corrían a abrazarla.
En busca de la eficiencia, cada vez que tenía un tropiezo con la tramitología oficial explotaba contra el sistema y se le fue acentuando el deseo de hacer las cosas por su cuenta para poder trabajar sin atadura y como ella consideraba que debía funcionar la educación preescolar; así, lo que en sus primeros años de trabajo era una quimera, conforme fue pasando el tiempo se trasformó en una necesidad personal.
Remando contra la corriente y soportando condiciones leoninas abrió su Jardín de niños en Querétaro, renunció a su plaza ante el asombro de todos y apostó por su vocación y sus ideas, toda la energía.
Confieso que siempre tuve reservas por esa decisión, yo defensora de la educación pública, que siempre he considerado que la educación privada solo tiene fines de lucro y de estatus, y sabía que sus razones no eran esas. Muchas veces con ánimo de provocarla le insinuaba que era maestra de colegio particular y siempre respondía con orgullo, que te pasa, no se me olvida que fui maestra rural y a mucho orgullo.
La semana pasada invitó a toda su familia a la celebración de los 10 años del Colegio Enrique Laubscher, ella como su directora agradeció a todos su presencia; ha dejado de ser solo jardín de niños y ofrece servicios de primaria.
Alicia, mi hermana mayor, es ejemplo para mí y para todos, cuando el amor al trabajo es capaz de llevarnos a donde queramos. Además de convencerme, que no siempre el lucro es el objetivo de la educación que los particulares imparten.
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