Cuando el Doctor Raúl Cardiel presidente del Seminario de Cultura Mexicana me encargó reorganizar la corresponsalía de este Seminario en nuestra Ciudad, fui a buscar a la maestra Altair Tejeda de Tamez quien al saber el asunto me dijo sin titubeos “ve a ver a Carmela”, fui a presentarme con ella, en su casa en la calle Hidalgo.

Yo no la conocía y ella me trató con desconfianza, porque me hizo saber que mucha genta había tenido esa intensión y que solo la había hecho perder el tiempo, puesto que ella era la principal interesada en fundar una corresponsalía aquí; pero todos los intentos no habían dado frutos.

Me pidió que regresara después, no sin antes preguntarme todos mis datos, al enterarse que yo no era de Victoria y que tenía poco de haberme graduado de la UAT y que mi único interés profesional era la promoción cultural, me pidió tiempo para hablar con Altair.

Fue la única ocasión en que su trato fue distante,  con los años comprendí que el éxito en su vida era darles siempre oportunidad a los demás, para que desarrollaran sus ideas y talentos. Ese fue mi caso.

Fundamos la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en septiembre de 1995 nombrándola a ella presidente cargo que ocupó hasta su muerte.

Fue una promotora cultura incansable, formada en la alta cultura, su sensibilidad le provocaba una constante inquietud por compartir con los demás lo que ella consideraba valioso, cuando escuchaba alguna conferencia de contenido relevante en algunos de los coloquios del Seminario a los que asistíamos en otras partes del país decía “hay que llevar a ese maestro a Victoria” y así tuviéramos que mover cielo y tierra, lograba su cometido.

Esta ciudad se nutrió de importantes maestros de la cultura nacional a través del trabajo incasable que la doctora Olivares realizó en el Seminario, trabajo muchas veces despreciado y poco valorado por algunas autoridades, funcionarios o intelectuales.

Tal vez porque ella no buscaba los reflectores, ni tenía intereses políticos y sí, siempre sí, la formación de públicos en la cultura, picando piedra, a ras de suelo, en la primera línea de fuego.

La Doctora Olivares era una mujer que siempre rompió paradigmas, constantemente se estaba embarcando en nuevos proyectos, el trabajo en la corresponsalía del seminario fue solo el pretexto para muchas otras aventuras culturales e intelectuales.

Siempre estudiando, escribiendo e investigando logró concretar el estudio formal de la historia en nuestra ciudad; preocupada por el rescate de nuestra memoria promovió la maestría en historia en la UAT, su entusiasmo contagiaba tanto que la acompañé en muchas reuniones donde, tocando puertas, logró traer a los mejores maestros de historia de la UNAM para que impartieran clase y se abriera de forma definitiva la licenciatura en nuestra alma mater.

Finalmente fundó la Sociedad Tamaulipeca de Historia, donde fue un ejemplo de tolerancia y prudencia frente a los innumerables problemas que se presentaron por apetitos mezquinos de los que ella siempre estuvo muy alejada.

La doctora  me dejó profundas enseñanzas, no solo como amiga sino también como una compañera de aventuras intelectuales. Sus virtudes, que bien  conocen todos los que tuvieron la fortuna de tratarla, eran infinitas, porque en ella se conjugaban las cualidades de una generosa maestra que siempre está preocupada porque los otros aprendan, a la vez que ella permanentemente era estudiosa de la cultura, la educación y la historia.

¿Qué se hace cuando una amiga como ella muere? ¿Cuándo el diálogo intelectual se interrumpe? Hace algunos meses hablamos por última vez, me dijo que quería que escribiéramos un libro sobre Pedro J. Méndez, pero que luego platicábamos.

Su incansable trabajo es la mejor herencia que nos deja y aunque no sé si algún día escribiré ese libro, estoy convencida de que la mejor forma para que siga entre nosotros es continuar sus proyectos, siempre innovadores y rompiendo, como ella, paradigmas, sin estridencias.

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