Cuando el autobús entró a Monterrey mi hermana me dijo “Mira, ahí está el Cerro de la Silla”, la mañana pintaba soleada y podía verse con claridad, pero por más que lo vi nunca le encontré forma de silla; tenía 10 años y tuvieron que pasar otros muchos para entender que el dichoso cerro figuraba una silla de montar.

Esa visita no volvió a repetirse hasta que recién egresada de la universidad, fui con un grupo de compañeros que hacíamos un curso de inducción para ingresar a la maestría. El profesor nos había invitado para tomar un par de conferencias -como parte del curso- en lo que entonces era el Mumo: Museo de Monterrey, que se albergaba en lo que habían sido las instalaciones de la Cervecería Cuauhtémoc.

El viaje fue una delicia, recorrimos el Salón de la fama, escuchamos a dos sabios que hablaron sobre literatura y comunicación, nos hicieron un recorrido guiado por el museo que tenía cinco galerías para exposiciones de arte contemporáneo, nos explicaron el proceso de fabricación de la cerveza, donde aprendí que era un insulto alterarla ya sea con limón, sal o haciéndola michelada, porque su sabor era producto de un gran trabajo, finalmente terminamos en los jardines del Mumo disfrutando Carta Blanca como cortesía de la casa, dos por cabeza.

La tercera grata visita a Monterrey fue cuando Oscar mi hermano me invitó para que fuera a la Feria Internacional del Libro, se había ido a vivir allá recién casado y tenía pocos meses en la ciudad; nos paseamos en metro (que era la sensación en ese momento) comimos hot dogs y visitamos la Feria del Libro en Cintermex, verdaderamente impresionante, por su tamaño, oferta editorial, precios y eventos.

Después de esas experiencias he regresado infinidad de veces a Monterrey, por diversos motivos, pero la mayoría procurando ir cuando hay Feria del Libro en Cintermex; la que por su tamaño y oferta editorial puede situarse como la quinta más importante del país después de Guadalajara, la de Minería, la Infantil y Juvenil y la del Zócalo. Es la más importante del Norte del país y la más antigua en esta región.

La semana pasada fui nuevamente, en un viaje académico al Ciesas (Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social), donde fue grato escuchar a tres sabios que hablaron sobre migración, comercio ambulante y corrientes musicales en el Noreste.

También la Selección Mexicana de Futbol contribuyó a nuestra feliz estancia con su triunfo ante Panamá, el cual festejamos en un bar con cerveza de la casa y papas sazonadas.

Vimos muy temprano revolotear en la Macroplaza a una parvada de loros que en un gran ruido levantaba el vuelo después de haber pernoctado en sus árboles. Caminamos por la Morelos viendo aparadores, tomamos café en el Sanborns, comimos en “La divina” y viajamos hasta Cintermex en “la chalupa” por el paseo Santa Lucia, ahí nos bajamos y caminamos hasta la nave que alberga la Feria del libro.

Sábado por la tarde, primer día de feria y el recinto estaba a reventar de visitantes, abrirse paso entre la multitud, detenerse a ver títulos, espulgar estantes, revisar índices, leer algunos párrafos, ver la solapa y preguntar el precio era una tarea difícil de completar.

Después de vagar por algún tiempo entre la multitud decidimos regresar al hotel, tomamos nuevamente “la chalupa” que nos llevó al punto de inicio del paseo: abajo del Museo de Historia. Caminos de noche por la Macroplaza, ya para entonces desolada y oscura.

Al siguiente día decidimos regresar a la feria, ya más desahogada de gente, pude recorrer tranquilamente los pasillos y cumplir con el ritual para decidirme a comprar; pero hasta entonces me percaté que faltaban muchas editoriales, muchos títulos, muchas colecciones. Había sí, mucho libro basura, comercial, desechable o como dirían mis amigas: superficiales.

Fue entonces cuando hice este recuento de visitas a Monterrey y a su Feria del libro. “Monterrey se ve triste” comenté a mis compañeros de viaje, “Veo una ciudad sin la alegría con la que la conocí”. No puedo explicarlo, pero no es la misma.

Tan solo la Feria del libro, bajó drásticamente la calidad de oferta editorial y su programa literario, en ella pude medir el pulso. Esa gran feria, sigue siendo grande en extensión pero dista mucho de la calidad que en años anteriores ha tenido. Ojalá pronto Monterrey y su feria vuelvan a ser lo que fueron: alegres y gozosas.

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