La humanidad con su devenir histórico ha equivocado el camino, desde Sócrates a Hegel, vive rumbo a la decadencia, afirma Nietzsche en su ejercicio epistemológico acerca de la Historia. Hayden White en su libro “La meta historia. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX” presenta en uno de sus capítulos más acuciosos un análisis acerca de las propuestas que este filósofo alemán, (uno de los más influyentes en el siglo XIX) hace de la Historia.
Él cree (dice White) que este periodo ha llegado a su fin con la muerte de Dios seguido de un periodo de nihilismo (es decir, donde no hay nada, no se cree en nada) acompañado de una gran mentira: pretender que el mundo tiene un objetivo y un sentido trascendental.
El concepto de vida pasa a ser un criterio normativo de la historia, entonces debemos entender la historia en la medida en que ésta sirva a la vida y no a la inversa. Para Nietzsche la capacidad de recordar distingue la vida humana de lo animal pero el olvido lo perjudica al ser la condición más general de la vida.
Su filosofía de la historia tiene una intensión práctica y describe las formas que desde su perspectiva se utilizaban para escribir historia: la primera es historia monumentalista, es la que estimula la grandeza, al recordar lo grande que una vez fue posible, pero esto a la vez intimida lo actual. La segunda es la historia anticuaria, que preserva la auto certeza con su continuidad pero a la vez, la preservación cohíbe la vida nueva. La tercera es la historia crítica, proporciona el impulso al cambio al aplicar una justa crítica sobre el pasado, pero el rechazo del pasado desarraiga el hoy y el mañana.
Nietzsche propone cambiar la manera de comprender el mundo, haciéndolo a través de las imágenes y no de la lingüística, donde la palabra tiene una gran carga de conceptos que definen nuestra vida. Señala que el lenguaje se ha puesto en beneficio de los débiles de la tierra.
Considera que la llamada conciencia histórica mantiene al hombre en una crisis, porque vive de una ilusión. «Los débiles son identificados como los fuertes, el mal como el bien”. Propone que el hombre abandone la conciencia histórica para regresar al mito y ahí poder apropiarse de su libertad. La debilidad del hombre es la conciencia que le permite construirse una vida peculiarmente humana y socavar el impulso a cambiar esa vida. Pero también tiene la capacidad de olvidar, de negar lo que sabe.
Afirma que desde los griegos, la historia del hombre va en dos polos, entre el caos y la forma, en uno está el cristianismo, que señala que la verdad le será revelada al hombre al final del su vida temporal. En la otra está el positivismo que reduce al hombre a la calidad de bestia, mecanizándolo, en un eterno retorno como el mito de Sísifo.
El hombre es el único ser que tiene necesidad de justificar su existencia porque tiene una conciencia, pero sólo se puede hacer a través del arte, no del arte mecánico, sino de la expresión humana que es capaz de ponerse al lado de la naturaleza y no como reflejo de ella.
El hombre vive con un pasado fijo, con la idea de cosas hechas, terminadas, completas, ese es el origen de su deshonestidad, porque lo oprime y agobia. Debe el hombre aprender a olvidar. Pero esta no es una actitud anti histórica, reconoce que el hombre necesita la historia para su acción y su lucha, como auxiliar de sus capacidades conservadoras y reverenciales y bálsamo de sufrimiento y deseo de libertad.
El conocimiento del pasado sólo debe servir al presente; un arte al servicio de la vida, donde el historiador no debe generalizar, porque eso compete a otras ciencias.
No hay oposición entre la acción humana y el proceso del mundo, ambos son la misma cosa. No se debe buscar a los sujetos detrás de los fenómenos, los fenómeno son en sí mismo sujetos de la historia. Un buen historiador debe tener el poder de acuñar lo conocido en algo nunca antes oído y proclamar su universalidad en forma sencilla y profunda.
Considera como grave el exceso de historicismo rankeano, tomarlo todo objetivamente, no indignarse por nada lo hace a uno adaptable. Por eso la cultura moderna ha perdido su capacidad de asombro, no ama ni odia nada, ha perdido el interés. Si la historia es trasformada en la pura obra de arte preservaremos y despertaremos los instintos.
Propone una historia en la que esté prohibido endiosar el pasado a expensas del presente y el presente a expensas del futuro. Imagina entonces que el hombre debe ser libre sin ninguna atadura del pasado.
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