Hace unos días fui a la oficina de Servicios Postales Mexicanos para enviar una carta (pese a la tecnología y a la comunicación instantánea aún hay personas que practicamos la escritura a mano) y al pasar frente al edificio de rectoría fue inevitable dirigir la mirada hacia la segunda planta, lugar donde hasta hace unos meses se encontraba el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Para mí como para muchos compañeros de la Licenciatura en Historia ese segundo piso del edificio de rectoría fue un lugar donde consagramos horas de asesorías, servicio social, prácticas o investigación bibliográfica y documental. Sin embargo el IIH se mudó a un nuevo edificio ubicado en el complejo universitario que es mucho más sofisticado, moderno y con mejor infraestructura que la que tenía en el 8 y 9 Morelos.

Las antiguas instalaciones tenían algo de particular y enigmático desde que se ingresaba a la recepción. Quizá muchos no visitaron las oficinas o la biblioteca del IIH pero quizá sí fueron al otrora cine Juárez que tras haber cerrado sus puertas al público fue adaptado (mas no remodelado) para que funcionara como oficinas de la UAT, en este caso para albergar una biblioteca, hemeroteca, archivo documental y cubículos para investigación. Así, en este escenario donde lo viejo, lo adaptado a fuerza de satisfacer las necesidades inmediatas y un cine en casi abandono se encontraba el lugar que durante años fue el punto de reunión de una reducida cofradía de estudiantes de historia y la complicidad académica que se logró establecer con los investigadores.

Como mencioné muchas fueron las horas y los días que pasamos en el IIH revisando libros, papeles viejos, practicando paleografía o catalogando, y aunque las condiciones de infraestructura no eran las propias de un centro de investigación y repositorio documental para mí –y para algunos algunos compañeros- ese espacio de ecos y silencios, escaleras que bajaban y subían en formas caprichosas, la media luz cuando era de noche, el enorme ventanal que nos permitía ser testigos anónimos de la Plaza Hidalgo, los pequeños cuartos que se ocultaban a primera vista y converger con un cine que hace años dejó de entretener era no solo fascinante sino también metafórico. Como escenario de cuento de Borges donde los laberintos de escudriñar el pasado se daban cita en el lugar más inesperado de Ciudad Victoria.

Ahora ese lugar está vacío, lo pude ver al pasar frente a las escaleras del Teatro Juárez y darme cuenta que en muy poco tiempo se está convirtiendo en escombros. No pude evitar sentir nostalgia por los años en que lo visitaba, por los recuerdos de estudiante, por el Instituto que ya no será. Ciertamente el cambio de sede del IIH ha sido para bien y estoy segura que con ello se van a mejorar sus actividades y servicios, sin embargo para mi quien tiene una especial debilidad por lo anticuario el encanto del IIH estaba en lo metafórico, enigmático y casi fantástico de su ubicación.

@cybarron