Altares, catrinas, cantos y llanto, jugaron la competencia en esta tradición prehispánica que todos conocemos y que tiene múltiples significados para la comunidad universitaria de Tamaulipas, entre ellos recordar a quienes se fueron de nuestro lado.

En los altares las fotografías de nuestros desaparecidos, platillos que eran de su agrado, fruta, cigarros y hasta las latas de cerveza, fueron acomodados cuidadosamente para que desde arriba ellos no se enojen.

Catrinas, esas flacas figuras perfectamente diseñadas con llamativos colores , si, las calaveras que muestran una visible sonrisa , porque aquí abajo disfrutaron de una vida que no tuvo precio, porque los suyos los trataron bien, porque se lo merecían.

Cantos, y hubo de todo, como por ejemplo las melodías clásicas de los corridos mexicanos y hasta el merengue, que a los que ya se fueron los hicieron mover la cadera para gozar minuto a minuto del ritmo.

Y el llanto, el que no puede faltar al observar con detenimiento el buen semblante que en aquel entonces, en vida, caracterizaba a todos aquellos que ya partieron y que hacen vibrar a quienes los recuerdan con respeto, con veneración y con abundante amor.

En eso los estudiantes de la Universidad Autónoma de Tamaulipas y su rector, Guillermo Mendoza Cavazos, no se podían quedar atrás y cumplen con el Día de muertos, con la preservación de este legado cultural que nos hace sentir más tamaulipecos, más mexicanos.

Fueron los planteles del centro, sur y norte de la Máxima Casa de Estudios de la UAT los que se encargaron de esta tarea tradicional y cultural que sacude a todos, más aún cuando es reciente el deceso de un familiar o de un amigo, que dejaron su marca imborrable.

Es, de esta manera, como la UAT hizo suya la labor de promocionar en las facultades, áreas administrativas, unidades académicas, preparatorias y hasta en la vía pública esta mágica tradición que es muy nuestra y que inyecta valor, vigor y sabor a un momento que nunca pasará inadvertido.

Y los más sorprendidos son los niños que se detienen a ver los enormes altares y que les preguntan a sus padres el significado de eso que está allí, eso que venera a quienes apenas conocieron.

Y son ellos, sus progenitores, los que les hablan de ellas o de ellos, esos personajes que los llegaron a acariciar, a abrazar y a escuchar, antes de partir hacia un lugar que ya no permite el regreso.

Los Días de Muertos, el recordar esos momentos no tiene precio, por ello es importante que nosotros, los vivos, enriquezcan esta tradición que cada quien festeja de diferente manera.

Desde arriba, ellos seguramente sonríen.

Desde abajo, no tanto, porque aún ocupan un espacio.

En nuestro herido corazón.

 

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