Siempre me ha emocionado ir a Ciudad del Maíz, mi padre decía que era porque ahí estaba enterrado mi ombligo, frase que con los años he cambiado por la metáfora de Sabina “el país de mi niñez”; y es que aún con todos los años en que he visto gran cantidad de paisajes, el de mi pueblo me sigue impresionando: sus casas viejas, sus calles, sus haciendas pero sobre todo la iglesia parroquial, un monumento del neoclásico que para disfrutarlo hay que levantar la vista.

Muchos días de mi niñez cambié los juegos vespertinos para sentarme en la iglesia contemplando los altares, los santos, la gran bóveda de su cúpula central, las pinturas que en el silencio de la siesta pueblerina lo hacía todo más grande, más impresionante, más mío.

Recuerdo que en los años setenta le hicieron una rehabilitación al edificio, la cantidad de andamios y la altura en que trabajaban los albañiles era un espectáculo para todos  los niños. Tal vez el trabajo quedó tan bien que durante más de 30 años nadie le volvió a poner una mano a la iglesia. Solo poco maquillaje para despistar las cuarteaduras.

Hace algunos días tuve la oportunidad de volver a Ciudad del Maíz, la panorámica espléndida de ver el caserío y la cúpula de su iglesia a lo lejos, situados en un gran valle, me hace siempre imaginar a Juan Bautista Mollinedo parado en lo alto observado a mis antepasados, los pames cultivando en pequeñas extensiones el maíz.

Aunque los nativos del lugar eran seminómadas, se cree que durante la temporada de siembra solían hacer de este paraje la estación más prolongada; este mito fundacional  es el que pervive en la memoria de un pueblo que, a 400 años de su fundación, sigue vivo.

Al entrar al pueblo, su olor a gorditas con chile nos invitaba a quedarnos en cualquiera de los muchos almorzaderos, vencimos la tentación para llegar a la casa de mi hermano Carlos, fundador y responsable del Museo de Ciudad del Maíz, espacio creado por la Asociación Civil el Gran Lente dedicada a la preservación del patrimonio cultural.

Después de ser alimentaos por el sazón de mi cuñada Felipa, nos fuimos al museo y de ahí a la apertura de trabajos de restauración de la iglesia; finalmente después de muchos años volví a ver andamios impresionantes como los que en mi niñez había conocido, solo que ahora de metal.

Después del acto político y protocolario, pasamos a los asuntos que de verdad importan y hacen cambiar al mundo; dos jóvenes maicenses, Rafael Páramo y Teresa Rodríguez, tuvieron la iniciativa de gestionar recursos para rehabilitar el templo.

Cuando entramos me impresionó ver aparte de los andamios, los altares protegidos, las bancas cubiertas los listones amarillos para cerrar el paso en algunas áreas, aquello se estaba cayendo. Teresa que es restauradora nos explicó las condiciones del templo, como se encontraba cada una de las paredes, por qué las cuarteadura y cómo se iba a trabajar siguiendo los requerimientos y recomendaciones del INAH, los materiales que se usarían, el costo de la obra, el tiempo y algo inédito: se cerraría el templo mientras se trabaja en su restauración.

Recorrí la iglesia entre todos los obstáculos que había, porque los trabajos ya habían empezado esa semana, Teresa me platicó que tenía dos años empujando el proyecto de restauración, que había tocado muchas puertas y, finalmente, Rafael le había ayudado para ir concretando la idea. Sin duda, jóvenes como ellos son los que pueden hacer un mundo mejor.

Sentí mucho gusto de saber que gente joven tenía el mismo amor por el terruño que yo, y que la preocupación por preservar el patrimonio cultural no era una idea aislada del Gran Lente A. C. pero confieso que sentí pena por todas las generaciones que nos han precedido y por muchos contemporáneos que sin iniciativa han envejecido junto al deterioro de un pueblo que, sin títulos, siempre ha sido mágico.

Después de hacer las compras de rigor: chorizo, tunitas, gorditas de chile rojo, tortillas para enchiladas, queso fresco, enchiladas potosinas, tortillas a mano, cecina, papas criollas, chile piquín. Regresamos con el dilema de siempre, dividir mi corazón entre Tamaulipas y San Luis Potosí, entre Ciudad Victoria y Ciudad Del Maíz.

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