Permaneces donde estás. Ir a donde quieres no existe. Es lo mismo allá que acá. Te sustraes del aire que absorbe tu cuerpo. En el vacío el vacío es lo único verdadero.

El vacío no se llena siendo aire, voz del misterioso silencio, pedazo de fuero del espacio desde la experiencia insólita. El vacío se prueba como una golosina y sabe a café sin azúcar, a pregunta sin respuesta que en ocasiones es mejor que la respuesta.

Hay un vacío en el vacío que se pierde. Pues no sabes dónde poner el vaso de agua, en cuál parte del vacío estómago. Poco a poco el todo se va vaciando rumbo al limbo. El vacío va y vacía otro vacío al no haber nada y es nostalgia, creo así le llaman.

Sin embargo el vacío es el contenido más eficaz del cuerpo libre de agentes covid y de agentes radicales. En la mañana sin grasas el covid y los gérmenes no tendrían de qué alimentarse y morirían por la tarde. En el vacío se crea la posibilidad, el verdadero tiempo sin especulaciones. Hay esfuerzos por llegar a vaciar el cuerpo. La meditación permite el blanco del espíritu, luego hace una exploración en el universo que nos conecta de nuevo y se llena el tanque.

Con el estómago vacío es como se hacen las cirugías, libres de contaminantes, con el libre albedrío entregado a los medicamentos y al bisturí que corta la carne a rajatabla. De pronto sanas y vuelves a llenar el estómago. Lo engruesas de modo espectacular, de concurso, o delgado, sin premio de consolación, con ganas de cenar a partir de que ya comiste y merendaste que para eso trabajas. No. No caería mal una caguama.

Traes dinero suficiente para cambiar la ropa según la estación del año. No soportas el calor y te clavas en la alberca y te acuestas bajo el clima artificial acondicionado a los grados que quieras adecuarlo. Duermes placenteramente y sueñas de nuevo con el poder de tenerlo todo aunque no sepas qué es precisamente, pero seguirás buscando conforme al ímpetu y la envidia de tus vecinos y los parientes pobres y aspiracionistas.

Pese a todo tienes dinero y la gente te queda a deber no sólo el varo que con rédito le prestas, sino el cariño que con tanto dinero mereces y te frustra, y vaya que para entonces habrá personas interesadas en complacerte y, al creerte un dios incomprendido, vas con el psicólogo a que te quite la neurosis que nadie más que tú entiende, si es que algún día te cambia la suerte y te quedas sin recursos, haces changuitos para que eso no te ocurra. Y te ocurre.

En medio de todo este ambiente está el tener y el no tener. Un término medio, no una clase media, esa es otra instancia económica, sino una forma de ser que procura tener lo necesario aunque eso no quiera decir que no desees ser millonario. A la primera oportunidad lo serás. Cueste lo que cueste.
Aquí no hay clase media. Hay quien tiene mucho y quien poco y quien tiene más o menos y en un descuido se le acaba y ni modo. En un golpe de suerte, por qué no, te sacas la lotería pero el vacío se queda.

El ser humano brinca todo lo que quiere y puede, pero cae donde mismo. La India no pasó por el renacimiento, y su cultura – aún cuando se pervierte de a poco en términos globales- en su ser contiene la base cultural que la sostiene libre y consciente. El hombre es semejante a un dios cuando se deja llevar por las calles que le hablan, cuando sabe escuchar y comprende el lenguaje más allá de los semáforos que encienden y apagan monotonamente, cuando vacío llena su copa del suave aroma, del palpitar agónico de una linda tarde.

Con los bolsillos vacíos sales de una casa sin muebles y olvidas. La vida es un perro en la esquina, el instante, el viento que respiras; la vida es el Dios al que hablas teniéndolo todo o sin nada para acompañar una taza de café. La vida es soñar incluso la taza de café que es la más bonita que nadie ve. Te asomas y ahí está. En la esquina de la cuadra, ya te la sabes, pasas y la ves. Bebes un sorbo imaginario, brincas un charco y sonríes. Caes en el vacío como todo el mundo.

HASTA LUEGO.