“Somos lo que comemos” ¿les suena esa frase? En estos tiempos en que las múltiples enfermedades por obesidad, el desequilibrio en los hábitos alimentarios, la cuasi-apocalíptica escasez de alimentos a causa de los cambios climáticos, los problemas de pobreza y hambre han ocasionado que el papel de los alimentos ocupe un lugar central en la preocupación mundial.

Alimentar a un pueblo es primordial para mantener la paz, si volvemos la mirada al pasado encontramos que la escasez de pan en Francia provocó que en 1789 se derrocara al Rey e iniciara la Revolución Francesa. En México hacia 1910 los problemas de pobreza, marginación y hambre, entre otros, contribuyeron a que el campesinado tomara la Revolución como una vía para derrocar al gobierno. Alimentar a un pueblo es tan importante que hasta es un medio para mantenerlo contento con el famoso ‘pan y circo’. Eso los políticos y gobernantes han sabido explotarlo desde la época romana ya que para distraer al pueblo o granjearse su simpatía se repartía pan y se ofrecía entretenimiento gratuito con tal de distraerlos de la situación social o política.

Actualmente mantener la panza llena y el corazón contento de la población se traduce en despensas, bailes populares, candidatos que reparten la torta o los tacos con tal de agradar al pueblo. Sin duda el alimento como factor social forma parte fundamental de la historia de la humanidad. Comer es una de las necesidades vitales del hombre, el acceso a los alimentos –y por supuesto, a la bebida- fue determinante para que pueblos enteros se asentaran en determinadas regiones o se movilizaran en búsqueda de comida.

Pero una cosa son los alimentos y otra cosa son los platillos, esa combinación de ingredientes y sabores que se sirven a la mesa para deleite de los comensales. Porque al hombre no le bastó con solo ‘quitarse el hambre’ sino que también buscó la manera de hacer de la hora de la comida el momento propicio para que una actividad tan básica como el comer también fuera un momento de deleite y placer al paladar. Así fue como en el siglo XVI en esta búsqueda e interés por realizar platillos que satisficieran gustos y necesidades de la época, los europeos  no esperaron que descubrirían otro continente, literalmente otro mundo.

Cristóbal Colón esperaba llegar a la India en búsqueda de especias que en la época eran necesarias no solo para condimentar los alimentos sino también para conservarlos. Sin embargo en este viaje no llegó a la India y no encontró las especias que buscaba; por el contrario, encontró un Nuevo Mundo lleno de alimentos, animales, regiones y hábitos alimenticios que él mismo no imaginó y no alcanzó a conocer por completo.

El Nuevo Mundo le dio a Europa un nuevo panorama culinario. De Europa nos llegó el cerdo, las vides, el ganado vacuno, las cabras, el trigo, el azúcar, entre otros alimentos que los indios poco a poco fueron integrando a su dieta. De América a Europa se exportó el jitomate, la papa, la calabaza, el maíz, el chile, el tabaco, el chocolate, entre otros. Este último, el chocolate, fue todo un suceso en Europa y su consumo en un principio prohibido y luego llevado a la máxima popularidad llegó a fascinar tanto al mismo Rey Carlos I de España y V de Alemania que con el paso del tiempo una marca de chocolate tomó su nombre para comercializarse.

El encuentro entre El Nuevo Mundo y el viejo continente favoreció el intercambio de sabores e ingredientes. Por ejemplo, no podríamos imaginar la tradicional cocina italiana sin la presencia del jitomate, o el ratatouille francés sin la calabaza o el vodka muy popular en Europa del este sin la papa y tubérculos similares, todos estos alimentos americanos. A su vez en México no podríamos imaginar los platillos tradicionales como la barbacoa, el cabrito o el asado de puerco sin los animales que llegaron de Europa. Pero este intercambio de alimentos no solo se dio en estos continentes, también le debemos a Asia el arroz el cual es imprescindible en el menú semanal de los mexicanos.

Actualmente el oficio de los alimentos ha salido de la cocina y se ha vuelto todo un arte y una profesión tanto que cocinar y comer no son actividades que se reservan únicamente para satisfacer la necesidad de alimentarse sino que también se ha vuelto un capricho del paladar. Sí, somos lo que comemos pero también somos la historia de los alimentos y de los platillos que consumimos ya que en cada bocado podemos decir que estamos tomando un pedazo de historia.