MATERIAL DE LA REVISTA TIERRA ADENTRO, LIGA ORIGINAL http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/washington-cucurto-el-arte-de-hacer-hablar-al-lodo/

por Rocío Cerón

En 2003, Washington Cucurto y yo nos encontramos en Chile durante el Festival Poesía 100%, organizado por Julio Carrasco. Cucurto dejó resonar en sus poemas y narrativa a las cumbiantas, al barrio, a los inmigrantes paraguayos, peruanos, a la gente de a pie. Junto con Javier Barilaro, cofundador de la editorial Eloísa Cartonera, agitaron la escena literaria bonaerense. A once años de aquellos lances, entre intercambios epistolares, reencuentros en otros festivales y un común apasionamiento por los proyectos editoriales y la poesía, Cucurto hace un corte de caja y se desnuda.

Creíamos que la poesía cambiaría todo, que las editoriales y la poesía en los espacios no poéticos crearían un mundo posible. Han pasado once años desde Chile y los sucesivos festivales que organizabas de Salida al mar. ¿Qué significó abrir ese espacio a la literatura latinoamericana?

El enlace con escritores de acá se da a través de El Pollo, de Sergio Valero, a quien conocí en Buenos Aires. Fue la primera vez que conocí a un poeta mexicano. Me llamó la atención y nos hicimos amigos inmediatamente. Él me tiró algunos nombres. Empezamos a hacer la editorial Eloísa, editando autores de México y Perú. Estaba Jorge Frisancho, me acuerdo. Bueno, el mismo Valero, había un libro tuyo, también, de Julián Herbert; así fue como comenzamos a relacionarnos. Todos éramos gente de la misma edad, teníamos cosas en común. Estábamos muy curiosos por ver lo que pasaba, muy atentos, interesados y con ganas de aprender. Había una pasión por la lectura, por la escritura, por lo que escribían los otros. Nos reíamos juntos. Entonces se generó un vínculo abierto.

Ese lazo hizo que nacieran proyectos en esos años. Se dio el nacimiento de El billar de Lucrecia y Tumbona Ediciones en México, y Álbum del Universo Bakterial en Perú, con esa idea de publicar lo irreverente, de publicar otras cosas.

Sí, empezaron a surgir muchas editoriales en Perú, otras en Chile, y continúan. En Buenos Aires, después de la segunda mitad del 2000, aparecieron otras nuevas, con gente más joven. Había un caldo de cultivo en esa época y en esos años explotó. Y lo que es importante es que los escritores se conocieron, se leyeron entre ellos. Eso está bueno. Quizás en otras generaciones no se daba tanto. Siento que se leía a los autores más grandes. Esa era la prioridad. Martín Gambarotta dice una frase muy buena, que: “sus clásicos son sus contemporáneos”. Él era un contemporáneo y era un clásico. Te nutres de lo que está haciendo el otro.

¿Qué pasaba en Argentina en esos años, con esta generación de autores nacidos a finales de los sesenta, setenta? Había muchos recitales, muchas lecturas en la Casa de la Poesía. Estaba el Periódico de Poesía, que editaban Daniel Freidemberg y Mirta Rosenberg. Apareció Monstruos, la antología que hizo Arturo Carrera.

Fue un proceso que ahora uno puede mirar a la distancia, y se ve más grande. Fue un proceso que tiene un comienzo. Cuando llega la democracia, la dictadura del setenta marcó mucho al país. La democracia fue un momento de muchas explosiones, culturales y de todo tipo. Bueno, ahí surgieron muchos escritores que en la dictadura no tenían tanta libertad, o estaban más tapados o no había tanto movimiento. En los ochenta surge todo. Empiezan a aparecer revistas, editoriales. Ese material se consolida en los noventa. Nosotros, que somos los inmediatos, comenzamos a leer de ahí, de pronto también a copiar ediciones, a hacer esas lecturas. Ahí se generan esas pequeñas editoriales.

En Argentina, ¿cuál fue la movida de los noventa?

Nació en el año ochenta y nueve. Eran unos poetas de la Universidad de Buenos Aires que se juntaron en un bar. Estaba Rodolfo Edwards, Daniel Jurado y José Luis Ishar; ellos comenzaron la movida. Se abrían casas. Hacían una revista de una hoja que se llamaba La Mineta. Entonces la regalaban: una hoja con poemas de los dos lados. La repartían en la calle y así comenzaron. Y después hicieron una pequeña revista que se llamaba La trompa de falopio, chiquitita, también fotocopiada. Bastante precaria pero con muy buen material. Y también la regalaban en la calle. Hicieron como seis números. Así fue como comenzó la movida de verdad; después aparece Ediciones del Diego, en el año noventa y seis. Ahí empiezan a surgir las otras editoriales, ya con gente de la Universidad. Más jóvenes que ellos, pero que están terminando la carrera.

De alguna manera hay una serie de poetas y movimientos; pienso en Gambarotta, en Fabián Casas, en ti. Digamos, en movimientos y espacios como los que abrieron Belleza y Felicidad, Eloísa Cartonera, entre otros movimientos, y las cosas que hacía Dani Umpi, donde se empezó a explorar lo coloquial, la calle, a darle voz a la calle. ¿Qué piensas acerca de esto?

Bueno, comenzó con este estilo que te digo. Recuperar el barrio con pibes de veinticinco años que están aprendiendo a escribir y a leer. Y se da al escribir como ellos. Yo siempre me siento más cercano a los viejos anteriores, veníamos buscando algo más relajado. Y esa estética es la que después se mantiene y genera todo lo demás. Fue la época del paradigma. Cambió el paradigma.

La Cartonera es un proyecto editorial-social-literario, que tiene un catálogo de grandes autores publicados. De este proyecto surgió todo un movimiento, digamos un copycat editorial con las particularidades de cada una de las cartoneras que nacieron por todo el mundo. Pero a ti como fundador, junto con Barilaro, ¿qué te dejan estos once años de La Cartonera?

La Cartonera comienza con Ediciones del Diego. Ahí está el germen. Comienza por ahí, pero también empieza la parte más social; hay una mirada del arte, de la posición ante la vida, de poder hacer como uno puede, sin mucha pretensión, y ver qué pasa. También de agregarle humor, ser más relajado. Ese espíritu viene de estos pibes. Ellos nos transmitieron eso, con su poesía y con lo que escribían. Y con lo que hacían, con lo vivido. Entonces nosotros mamamos eso y ahí comienza. Y después se cambia con una especie, con la crisis, con el cartón, pero mantiene ese espíritu. El catálogo es algo nuevo que surgió de la nada. Me deja un montón de cosas La Cartonera, pero en realidad en estos tiempos no he pensado mucho, porque como estoy muy adentro, no puedo ver con distancia lo que sucede. No puedo ver los errores, no puedo entender, porque siempre estamos más con el tema de la supervivencia.

¿Siguen luchando por la supervivencia?

Sí. ¿Que no tenés ni un peso? Pues hagamos algo y fiestilla. Siempre estamos muy trabados con el trabajo, el trabajo siempre esclaviza, ¿viste? Entonces no he tenido paz para ponerme a pensar todo.

¿Tú sigues al cien?

Sí y aparte ahora hago más cosas. Nos hemos organizado muy bien. Hemos comprado una hectárea y hemos construido una casa. Hemos plantado árboles. Pero es todo muy trabajoso, lleva mucho tiempo. La idea es que vayan a hacer un taller ahí. Queremos invitar artistas a que se queden. Y también ir nosotros, estar ahí y armar libros. En realidad, la casa se pensó para dos compañeras que no tienen dónde vivir, que pagan alquiler, que tienen hijos. Así vino el lugar y empezamos a agitar ahí. Y después las compañeras no quisieron ir. Está a una hora de Buenos Aires. Es una casa linda, nueva, grande.

¿Sigue el taller de “Sin cuchillo no hay rosas”?

Sigue, sigue en el barrio. Tenemos tres lugares de venta. En la Boca, en el centro de la ciudad. Tenemos un puesto grande de diarios, en Corrientes, donde vendemos libros, y tenemos la casa de campo, un proyecto mucho más pequeño. La casa está en medio del campo, tienes que llevar todo, poner los postes de luz, poner el agua. Fue toda una aventura, y aparte yo no tengo auto. Así que iba en combi, en colectivo, ¿viste?

Se oye un poco rudo, delirante.

Sí, queremos empezar a plantar. Bueno, ya plantamos setenta árboles. Queremos plantar setenta más y después hacer algo de huerta o una granja. Todavía no sabemos. Es que esto es muy trabajoso, volverte quintero, campesino, agricultor, es un proceso que lleva otros años. A mí me gusta.

¿Esto está dentro de tu escritura, has escrito algo sobre ello?

Bueno, algo, algunas cosas escribí, pero poco. Porque estoy aprendiendo. Me estoy comprometiendo en otro mundo. Y me gusta, a mí me gusta, pero hay gente a la que no. Por ejemplo, a los compañeros no les gusta mucho. Te tiene que gustar el campo, la soledad. Lo que pasa es que siempre cuesta ser pionero, empezar de la nada.

Como autor, ¿qué ha pasado desde esos años hacia acá, después de Hatuchay?

Pues fijate que Hatuchay es el libro que más me gusta. No le tenía mucha confianza, pero me lo han comentado mucho. Edité varios libros de poesía, de novelas. Soy autor de novelas y mucha gente me ubica más por ellas que por los poemas, que sólo conocen los que escriben poesía, porque la poesía es más secreta. No se difunde tanto.

¿Te gusta que te conozcan más como narrador?

Sí, sí. Bueno, no, me gusta que me conozca más la gente, de otra manera. Está bueno. Y aparte como que se valora más la narrativa.

¿Tristemente, no?

Tristemente. Se valora muchísimo. La poesía se lee poco.

¿Pero tú te consideras más novelista o más poeta?

No, yo escribo poesía todo el tiempo. Con la poesía nunca me han valorado, pero con la narrativa, como que más. Y a mí me gusta.

¿Cuáles son los poetas que te interesan en Argentina y en Latinoamérica, hoy día?

Lo que leo siempre. Me gusta Miguel Ángel Bustos. Hay muchos poetas. Son buenos, los mismos autores de siempre. Siempre leo más o menos a los mismos. Son jóvenes también.

Dicho de otra forma, ¿quiénes son “tus clásicos contemporáneos”?

De México me gusta Pacheco, me gusta Deniz, me gusta David Huerta, y bueno, esos tres. De Argentina me gustan Gabriela Bejerman y Cecilia Pavón, esas son los que más me gustan. Por lo menos cuando yo las leo me dan ganas de escribir y siento mucha afinidad.

¿En la mirada?

Sí, en la mirada. También me gusta Alejandro Rubio, Martín Gambarotta, Sergio Raimondi. Hay muchos otros, Martín Rodríguez. Me gusta Roberta Iamannico.

Después de tanto éxito, de volverte un autor satanizado, después de la quema de tus libros hace años, de ir a ferias y recibir el reconocimiento, ¿qué te cuestionas como escritor?, ¿qué te cuestionas de tu propia escritura y de tu propia postura? ¿Hacia dónde te diriges?

Hacia ningún lado. No, bueno, lo más importante para mí en mi vida, en estos años, es darle una buena educación a mis tres hijos. Que tengan una muy buena educación. Y estoy en eso, educándolos, eso es lo importante. Después, lo otro. Seguiré escribiendo. En algún momento me iré, seguramente. Haré otra cosa. Lo que pasa es que también estoy muy involucrado en todo este mundo de los libros. Soy una persona del mundo de los libros. Me hice a mí mismo. Cuando yo tenía veinte años no leía ni escribía nada. A los veinticinco ni escribía, ni leía, ni hacía nada, empecé un día de casualidad y me gustó y seguí y descubrí mi pasión. Creí que no me gustaba. Pero también me siento un poco extraño, no creo que esté en esto toda la vida. Lo que pasa es que me involucré mucho, ahora tengo muchas cosas, entonces me cuesta salirme.

¿Volverás a la poesía?

Escribo mucho todo el tiempo, siempre he escrito. Tengo mucho material, varias novelas, dibujos. Hago un montón de cosas, muchos poemas, pero uno se imagina que seguirá escribiendo hasta que no pueda más. Ya estoy viejo igual, ya estoy grande. Ahora pienso más en ver cómo mis hijos estudian y crecen. Es la prioridad. Es más, gasto mucho más tiempo estando con ellos que trabajando. Porque imaginate, los tres hijos chicos, dos matrimonios, la Cartonera, mi trabajo en ESPN. Todos los días pasan volando. Voy corriendo de allá para acá. Siempre he sido pobre, todo lo que gano es para mantener a mis hijos, nada más. Estoy como el primer día, ¿viste? Pero estoy contento porque hice un montón de cosas; estoy haciendo un montón hoy día, también.

¿Del dinero, dices tú?

Del dinero, digo. No he progresado en ese sentido de la vida.

Pero tampoco ha sido tu interés volverte un literato millonario, ¿o sí?

No, nunca me preocupé en escalar socialmente o tener dinero. Nunca me interesó. No sé, no sé cómo explicarlo. Simplemente me dejé llevar por lo que me gustaba y ya.