Bilbao (España), 9 jun (EFE).- Es el artista vivo más cotizado del mundo -su «Balloon Dog» (Orange) se subastó por 58,4 millones de dólares en 2013-, pero Jeff Koons afirma sin titubear que para él lo económico «no tiene ningún significado» y que lo que le interesa es plasmar la energía de la vida y convertirse «en el mejor artista».

Es más, espera que el hecho de que se le considere un artista mediático sea solamente un reflejo «del poder» de su trabajo y que signifique que las cosas que ha hecho «han sido útiles para las personas en la medida en que les ha permitido que sus vidas sean mejores».

Así de filosófico se ha mostrado el artista norteamericano, que ha viajado a Bilbao (norte de España) para inaugurar la primera gran retrospectiva sobre su carrera, que llega al Guggenheim tras su exhibición en el Whitney Museum of American Art de Nueva York y en el Centro Pompidou de París.

A las puertas del Guggenheim, Koons se encontró con «Puppy» el emblemático perro cubierto de flores que desde su inauguración vigila el museo. Un reencuentro «muy agradable» para el artista, que agradeció al museo que cuide tan bien su obra.

«Está fantástico, me ha gustado reencontrarme con él», indicó a Efe Koons (Pensilvania, 1955), autor también de «Tulipanes», otra de las obras emblemáticas de la colección del museo, o de piezas en las que practica sexo con su exesposa, la actriz porno italiana Cicciolina.

Durante la entrevista, Koons quiso borrar esa imagen de artista mediático, de estratega, de hombre de negocios y lo hizo siempre con su mejor sonrisa y con afirmaciones como que a él lo que le interesa es «ser el mejor artista» y lucha «por conseguirlo y compartirlo con los demás, para poder ver cómo la vida de las personas se transforma a través del arte».

Recordó que desde muy pequeño le educaron en el mundo del arte y le enseñaron «a ser una persona autónoma, independiente».

Para mí no tiene significado el valor económico», asegura.

Por ello, cuando se le pregunta si junto a Damien Hirst y Takashi Murakami disfruta de un pasaporte a la gloria insiste en que es un artista. «Bueno, más que un artista, un ser humano que siempre ha tratado de conseguir lo más grande de si mismo» en lo que hace.

Desde niño «y cuando todavía no comprendía cómo el arte podía transformar a los seres humanos, ya participaba en el arte. Cuando me di cuenta de lo importante que es el arte, de las posibilidades que entraña, llegué a una relación con el mundo del tipo del Renacimiento», asegura.

Esta relación, dice, le ha permitido entablar diálogos con distintos ámbitos y disciplinas como la psicología, la filosofía, la estética, la física. «Se me ampliaron las fronteras, los límites. La gloria pasa por experimentar y tratar de ser la mejor versión de uno mismo y compartir esto con los demás».

Querido y odiado, ensalzado y denostado, lo cierto es que una exposición sobre la obra de Koons es un éxito asegurado, como se pudo ver en las dos sedes anteriores de esta retrospectiva, cuyo montaje en el Guggenheim le gusta especialmente.

«Creo que las obras quedan muy elegantes, muy frescas. La gente puede apreciar distintas épocas y distintos periodos muy claramente. Los primeros años tienen que ver con sensaciones físicas con la emoción, con esa implicación y ese diálogo filosófico; luego las obras reflectivas o las relacionadas con el equilibrio que tratan los estados del ser».

Al explicar la exposición, Koons, que no quiere ni oír la palabra «plagio», insiste en que su arte «contribuye a cambiar la vida de las personas para que puedan salir de si mismas y alcanzar estados más elevados del ser y aceptar a los demás».

«Esto me ha llevado a recorrer las salas en distintas direcciones y me ha dado una sensación muy poderosa. Son obras muy fuertes, muy dinámicas a nivel físico e intelectual», reflexiona.

Una de estas obras es «Michael Jackson y Bubbles», un icono que el cantante no pudo contemplar más que en fotos.

«Quedamos en reunirnos en un par de ocasiones pero no fue posible. Las personas que le conocían bien me dijeron que estaba muy orgulloso de la escultura y que le encantaba», recordó Koons, quien dice estar seguro de que «Michael llegó a ver la obra, aunque fuera por la noche en algún museo».

En la última de las salas de la exposición se aprecia con claridad el interés creciente de Koons por la antigüedad. Dice sentirse «absolutamente» heredero del arte clásico y reclama el concepto de la belleza «que tiene que ver con perderse ante algo. Cuando uno se deja llevar por la belleza tiene sensación de amplitud».

Paseando solo por la ciudad, como un turista más, Koons se siente orgulloso de haber participado en cierta medida, y a través de su «Puppy», en la transformación que el Guggenheim ha promovido en Bilbao.

«Estoy satisfecho por ser parte de esta estética, de esta estructura. Con el paso de los años me he dado cuenta de hasta qué punto Puppy ha sido importante para la ciudad. Se ha convertido en un símbolo de su vida cultural y de su identidad con el museo. Para mí es un honor, hay mucha gente que me dice que esta es su obra favorita».