Madrid (Agencias).- En su última noche en libertad, Diego Cruz (21 años) bailó reguetón. También bebió. Sólo licores espirituosos: prefería el vodka, el vino o el champagne…Vestía una camisa blanca de diseñador, llevaba el cabello engominado peinado hacia atrás y unas gafas redondas de marco ancho demasiado grandes para su rostro.

Era el 10 de junio de 2016 y había fiesta en el cuarto piso del número 45 de la calle Fuencarral. Su período de gracia caducó pasada la medianoche, cuando policías y agentes de la Interpol lo detuvieron en la puerta de la residencia de estudiantes, con mayoría de mujeres, en la que vivía.

Ésta es la infame historia de un Porky millonario cazado -por sus pecados- en Madrid. De un junior acaudalado prófugo de la justicia mexicana y buscado para afrontar un proceso penal. Le acusan de «pederastia tumultuaria» [violación múltiple a una menor de edad], un delito que lo llevaría a pasar entre 12 y 40 años en prisión. Junto a otros tres amigos -Enrique Capitaine, Jorge Cotaita y Gerardo Rodríguez- violó presuntamente a Daphne Fernández.

Diego llevaba dos meses viviendo en la capital española bajo otra identidad, usando su segundo nombre y apellido [Gabriel Alonso]. Y su hogar temporal en nada se parecía a una pocilga. Porque su calidad de incógnito no le impidió seguir llevando la buena vida a la que estaba acostumbrado. Se hospedaba en una exclusiva residencia de estudiantes, Mi Casa Inn, donde la más simple de las habitaciones individuales cuesta 600 euros al mes.

«Tenía un cuarto estándar y quería cambiarse a uno más espacioso. Quería el más grande», cuenta a Crónica María (nombre falso), una de las personas con las que compartía el día a día. La vida acomodada y ostentosa del segundo hijo de Héctor Cruz y Gabriela Alonso se torció la noche del 2 de enero de 2015. Según el expediente policial, con las declaraciones de Daphne y su padre, Javier Fernández, los jóvenes obligaron a la entonces menor a subir a un Mercedes Benz. El que conducía era Rodríguez y se encontraban en las afueras de una discoteca, en Boca del Río, en Veracruz. Le quitaron el móvil, la llevaron a un domicilio en la zona residencial Costa de Oro, y en el baño de la casa abusaron de ella.»Fue incomunicada, fue vejada, fue sometida, fue abusada sexualmente y fue violada», lamentó el padre de la víctima.

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Pusieron la denuncia el 16 de mayo del mismo año, pero no fue hasta el 10 de septiembre cuando llamaron a declarar a los implicados. La lentitud del proceso se atribuye a los supuestos vínculos que los miembros de esta banda de juniors tienen con el gobernador de Veracruz, Javier Duarte, y con Luis Ángel Bravo, director de la Fiscalía General. Así nacieron Los Porkys de la Costa de Oro, porque recordaban a Los Porkys de Xalapa. A ese grupo de niños pijos, de mirreyes- con vínculos políticos- que en 2001 fueron acusados de matar a golpes a un joven en una fiesta. Finalmente, los exoneraron.

Cruz llegó a Barajas a las 17 horas del 29 de marzo de 2016, en el vuelo 21 de Aeroméxico, según publicó el diario Reforma. «Diego ingresó al país como ciudadano español, pues tiene doble nacionalidad», dijo su padre a Radio Fórmula. Cuando abandonó Veracruz no tenía orden de captura, pero sí la orden de no salir del país porque debía presentarse a declarar. La ficha roja de la Interpol con su nombre circuló después. El 8 de abril un colectivo de mexicanos en Madrid llenó Sol con carteles con su rostro.

«Hola, soy de Vigo, pero desde pequeño vivo en el DF», se presentó el Porky al llegar a la residencia de impecables paredes blancas. Dijo que no estaba estudiando y que venía a visitar a su abuela. Contó también que se había hospedado en la casa de unos primos en el barrio de Salamanca, pero que lo echaron «porque era muy fiestero». Así empezó a armar su red de mentiras.

Para despistar usaba gafas y tenía un teléfono Nokia que empleaba sólo para hablar con su familia y amigos. Pero no dejó ni los placeres ni las diversiones. «No se perdía una fiesta», comenta otra chica que convivió con él. Salía de copas o a discotecas -un par de veces fue a la más famosa de la capital- y se emborrachaba.

Sus andanzas madrileñas lo llevaron a asistir a una corrida de toros en Las Ventas durante San Isidro, al Bernabéu por la final de la Champions donde gritó los goles merengues antes de unirse al festejo de la undécima en Cibeles. En la primera semana de mayo vio en vivo a grandes como Novak Djokovic y Rafa Nadal en el Madrid Open, en la Caja Mágica.

Era un «mosquita muerta» que se supo integrar y que llamaba la atención. «Siempre estaba vestido de marca, de pies a cabeza», relata María. Y alardeaba de que en México tenía chófer personal, guardaespaldas… Pagaba todo en efectivo y un par de días antes de su detención salió de compras y llegó cargado de bolsas. Alguna vez le preguntó a un amigo cuál de las chicas del grupo era la más fácil. «Nosotros también fuimos engañados por él», comenta la joven.

Diego Cruz nació el 22 de febrero de 1995. Estudió en el Instituto Rougier, un prestigioso centro católico de Veracruz, al que también asistió Daphne. Una vez graduado ingresó en la elitista Universidad del Valle de México para estudiar en la facultad de Negocios. Según Jorge Winckler, el abogado de la víctima, está emparentado con «gente importante a nivel del Gobierno de Veracruz». Su padre tiene una empresa constructora y, según dijo a sus amigos de Madrid, vive en Houston.

Cuando los agentes -que iban de civiles- detuvieron a Diego Cruz, el joven estaba con al menos 10 amigos. Pensaron que se trataba de un secuestro y uno de ellos, ciudadano francés, al intentar ayudarlo fue arrestado también. Lo pusieron en libertad al día siguiente. El Porky millonario no corrió la misma suerte. Permanece, bajo orden de prisión incondicional, en la cárcel de Soto del Real, eso sí, «muy bien asesorado» según fuentes de la Embajada de México. Espera el proceso de extradición que ya inició la Fiscalía General de Veracruz el pasado 16 de junio. Para evitar el viaje de retorno se negó a pedir ayuda consular y quiere renunciar a la ciudadanía mexicana. Algo que, según Winckler puede demorar pero no evitar su extradición. Y que se haga justicia.