Ciudad de México.- Para muchos fanáticos del boxeo siempre hay un «pero» con Saúl «Canelo» Álvarez. Siempre. No importa a quién le gane o en qué contexto lo haga. No importa si representa un logro para el boxeo mexicano o no. Algo que no pasaba, por ejemplo, con Juan Manuel Márquez, «El Terrible» Morales, y mucho menos con Julio César Chávez, por citar algunos nombres. La consigna -inconsciente, tal vez- es verlo caer.

Pero las caídas «Canelo» las sufrió de pequeño. El vender paletas del negocio familiar y su apariencia singular, principalmente su tez blanca y cabello rojizo, hicieron que su mundo en Juanacatlán fuera un pequeño ring. Las burlas, los señalamientos de otros niños eran la constante. Hasta que soltó los primeros golpes. Hasta entonces cesaron.

Su hermano, Rigoberto Álvarez fue su primer mentor. «El Español» notó que Saúl tenía muchas aptitudes para el boxeo, hacía cosas en el gimnasio de forma empírica, como si los golpes con técnica sólo estuvieran dormidos bajo sus guantes y era hora de despertarlos.

Luego pasó a manos del Chepo Reynoso, con quien sigue hasta la fecha. «Canelo» fue el único de los siete hermanos Álvarez que logró destacar en el box, como si el sueño de toda la familia estuviera encarnado en su figura.

La primera desavenencia con los fanáticos vino una vez que lo firmaron en Televisa. En el banquillo opuesto, en Tv Azteca, se encontraba Julio César Chávez Jr., hijo del máximo ídolo del boxeo mexicano. Las comparaciones, inevitables, llegaron en oleadas. El amor hacia «El César del Boxeo» hizo que muchos acogieran al Jr. esperando ver en él algo de las glorias de su padre. Pronto llegaría la decepción. Y mientras algunos veían en el «Canelo» un buen prospecto, su televisora lo llenaba de elogios desmedidos. Si hubieran podido, ellos mismos le ponían un cinturón de campeonato. Estaba claro que, ante el declive de grandes boxeadores mexicanos, se necesitaban nuevas figuras y las televisoras estaban creando las suyas. Cada una con su apuesta.

La gran oportunidad le llegó en marzo de 2011. «Canelo» le dio un verdadero baile a Matthew Hatton y se llevó el cetro superwélter del Consejo Mundial de Boxeo que estaba vacante.

Pero era el hermano de Ricky Hatton, uno que no traía nada, a ver, ¿por qué no peleó contra el bueno?

Vino la pelea al siguiente año contra Shane Mosley para retener su cetro. En los primeros rounds, el norteamericano desveló a base de jabs las deficiencias de la defensa del «Canelo», quien logró sobreponerse para alcanzar la victoria. Pero es que ya era un Shane Mosley viejito, de 41 años, ¿cómo no le iba a ganar? (Argumento que se repitió contra Miguel Cotto y Kovalev.)

Entre la derrota contra Floyd Mayweather, el empate en la primera pelea contra Golovkin y el resto de sus victorias, las dudas siempre se asomaron. Si no era la edad del rival, eran los jueces vendidos. O era un rival de mala calidad con cetro de campeón. Y en algunos casos hay razón de sobra para dudar.

«Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgencita de Guadalupe», decía el «Ratón» Macías cada que ganaba una pelea. Pero lejos quedaron esos tiempos de humildad y devoción que hacían empatía con el fanático promedio del box. Lo de ahora es mostrar que se ganaron millones. Presumir en redes sociales carros de lujo, trajes y ropa de diseñador, salir en las revistas de chismes con una nueva conquista, al lado de una mujer inalcanzable para el resto de los mortales.

¿Es delito que «Canelo» muestre cómo derrocha dinero en lo que le place? No. Suma «likes» de los paisanos en Estados Unidos que consumen sin miramientos todo lo que tenga sello mexicano. Entre el resto de la fanaticada va abriendo más la distancia entre cada post que realiza. Aunque también tiene un origen pobre, no es humilde como la mayoría de los boxeadores mexicanos, no encaja en la imagen del guerrero bronceado en el encordado, no es «lo que se espera» de un boxeador mexicano, sea lo que eso signifique.

«Canelo» casi no ha tenido guerras en su carrera. La única fue contra Floyd Mayweather y perdió de lejos. Contra Golovkin muchos dudan que haya ganado la segunda pelea. Y si lo hizo, no fue de forma contundente. Esa pareciera ser una de las mayores exigencias: pararse frente a un rival que esté en su mejor momento y, tras una pelea aguerrida, alcanzar la victoria. Así como Chávez contra Taylor. Como Márquez contra Pacquiao. Aunque eso suceda, tal vez llegará el «pero» habitual frente al televisor. El coraje. La impotencia de no sentirse representado de alguna forma.

Fuente: www.elimparcial.com